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Números 25:6 - Biblia Castilian 2003

6 Acaeció que vino un hombre de los israelitas e introdujo entre sus hermanos a la madianita, a la vista de Moisés y de toda la comunidad de los israelitas, mientras éstos lloraban a la entrada de la tienda del encuentro.

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Biblia Reina Valera 1960

6 Y he aquí un varón de los hijos de Israel vino y trajo una madianita a sus hermanos, a ojos de Moisés y de toda la congregación de los hijos de Israel, mientras lloraban ellos a la puerta del tabernáculo de reunión.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

6 En ese momento, mientras todos lloraban a la entrada del tabernáculo, un israelita llevó a una madianita a su carpa ante los ojos de Moisés y de todo el pueblo.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

6 Justo a ese momento, un israelita introducía en su tienda a una moabita, a la vista de Moisés y de toda la comunidad que lloraba a la entrada de la Tienda de las Citas.

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La Biblia Textual 3a Edicion

6 Y mientras ellos lloraban en la entrada de la Tienda de Reunión, he aquí un varón de los hijos de Israel venía trayendo una madianita a vista de Moisés y de toda la asamblea de los hijos de Israel.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

6 Acaeció que vino un hombre de los israelitas e introdujo entre sus hermanos a la madianita, a la vista de Moisés y de toda la comunidad de los israelitas, mientras éstos lloraban a la entrada de la tienda del encuentro.

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Números 25:6
24 Referans Kwoze  

Cuando pasaban los mercaderes madianitas subieron y sacaron a José de la cisterna y por veinte siclos de plata lo vendieron a los ismaelitas, quienes se lo llevaron a Egipto.


Partieron de Madián y llegaron a Farán, donde tomaron consigo algunos hombres, y desde aqu se dirigieron a Egipto. Se presentaron al Faraón, rey de Egipto, quien le dio casa, le proporcionó sustento y le concedió terrenos.


¿Quién se yergue por m contra el malvado y se pone a mi lado contra los fautores de maldad?


Os invitaba el Se or, Yahveh Sebaot, aquel d a, al llanto y al lamento, a raparos la cabeza y ce ir sayal.


Por eso quedaron bloqueados los chubascos y no hubo lluvia en primavera. Pero tú tienes cara de ramera, no quieres avergonzarte.


Ahora bien, según iba leyendo Yehud tres o cuatro columnas, el rey las rasgaba con el cortaplumas del secretario y las arrojaba al fuego que hab a en el brasero.


Deber an avergonzarse de sus abominaciones. Pero no sólo no se avergüenzan, sino que ni siquiera saben lo que es ruborizarse. Por eso caerán entre los que caigan, el d a en que yo los visite se desplomarán - dice Yahveh -.


Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros de Yahveh, y digan: 'Perdona, Yahveh, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, para que se burlen de ellos las naciones. ¿Por qué habr an de decir los pueblos: dónde está su Dios?'.


Dijo Moab a los ancianos de Madián: 'Ahora esta muchedumbre va a devorar todos nuestros alrededores, como devora un buey la hierba de los campos'. En aquel tiempo era rey de Moab Balac, hijo de Sipor.


'Toma venganza de los madianitas por lo que hicieron a los israelitas, y después te reunirás con tus antepasados'.


olas furiosas del mar que arrojan la espuma de su desvergüenza, estrellas fugaces a las que está reservada para siempre la lobreguez de las tinieblas.


Cuando el ángel de Yahveh acabó de proferir estas palabras a todos los israelitas, levantó el pueblo la voz y rompió en llanto.


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