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Isaías 39:2 - Biblia Castilian 2003

2 Ezequ as se alegró de su llegada y mostró a los enviados la casa del tesoro: la plata, el oro, los perfumes, los ungüentos preciosos, la armer a y todo cuanto hab a en su tesoro. Nada quedó que Ezequ as no les mostrara, tanto en su casa como en todas sus dependencias.

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Biblia Reina Valera 1960

2 Y se regocijó con ellos Ezequías, y les mostró la casa de su tesoro, plata y oro, especias, ungüentos preciosos, toda su casa de armas, y todo lo que se hallaba en sus tesoros; no hubo cosa en su casa y en todos sus dominios, que Ezequías no les mostrase.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

2 Ezequías quedó encantado con los enviados de Babilonia y les mostró todo lo que había en sus casas del tesoro: la plata, el oro, las especias y los aceites aromáticos. También los llevó a conocer su arsenal, ¡y les mostró todo lo que había en sus tesoros reales! No hubo nada, ni en el palacio ni en el reino, que Ezequías no les mostrara.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

2 Ezequías estuvo tan contento que enseñó a los mensajeros la sala del tesoro, con la plata, el oro, los perfumes, los aceites aromáticos, como también su arsenal y todo lo que había en sus bodegas. Nada quedó de su palacio y de sus dependencias que no se lo mostrase Ezequías.

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La Biblia Textual 3a Edicion

2 Y se alegró Ezequías con ellos, y les mostró la tesorería,° la plata y el oro, las especias y los ungüentos aromáticos, y toda su casa de armas, y todo lo que se encontraba entre sus tesoros. No hubo nada en su casa ni en sus dominios que Ezequías no les mostrara.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

2 Ezequías se alegró de su llegada y mostró a los enviados la casa del tesoro: la plata, el oro, los perfumes, los ungüentos preciosos, la armería y todo cuanto había en su tesoro. Nada quedó que Ezequías no les mostrara, tanto en su casa como en todas sus dependencias.

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Isaías 39:2
18 Referans Kwoze  

Luego entregó al rey ciento veinte talentos de oro y gran cantidad de perfumes y de piedras preciosas. Nunca llegó tanta cantidad de perfumes al rey Salomón como la que le regaló la reina de Sabá.


sin contar los impuestos de los mercaderes y del tráfico de mercanc as y las contribuciones de todos los reyes de Arabia y de los gobernadores del pa s.


Llegó a Jerusalén con un gran séquito, con innumerables camellos cargados de aromas, de oro en gran cantidad y de piedras preciosas. Se presentó ante Salomón y le propuso todo lo que tra a pensado.


Todos le llevaban presentes: objetos de plata y de oro, vestidos, armas, perfumes, caballos y mulos. Y as a o tras a o.


Ezequ as se alegró de su llegada y les mostró la casa del tesoro: la plata, el oro, los perfumes, los ungüentos preciosos, la armer a y todo cuanto hab a en su tesoro. Nada quedó que Ezequ as no les mostrara, tanto en su casa como en todas sus dependencias.


Pero no correspondió Ezequ as al beneficio recibido, sino que le dominó la soberbia, por lo que la cólera divina se encendió contra él, as como contra Judá y Jerusalén.


Ezequ as tuvo riquezas y gloria en gran abundancia. Adquirió tesoros de plata, oro y piedras preciosas, aromas, escudos y toda clase de objetos de gran valor;


Sin embargo, cuando los jefes de Babilonia le enviaron embajadores para informarse del prodigio que hab a acaecido en el pa s, Dios lo abandonó para probarlo y hacer patente todo lo que hab a en su corazón.


La reina de Sabá tuvo noticia de la fama de Salomón y fue a ponerle a prueba con enigmas. Llegó a Jerusalén con un gran séquito, con innumerables camellos cargados de aromas, de oro en gran cantidad y de piedras preciosas. Se presentó ante Salomón y le propuso todo lo que tra a pensado.


Luego entregó al rey ciento veinte talentos de oro y gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Nunca hubo perfumes como los que regaló la reina de Sabá al rey Salomón.


No puse mi alegr a en mi gran fortuna, en la riqueza conseguida por mi mano.


Por encima de todo, vigila tu corazón, porque de él procede la vida.


Por cierto, no existe en la tierra hombre tan justo que haga el bien y nunca peque.


Nada hay más tramposo que el corazón y está desahuciado; ¿quién podrá entenderlo?


o sea, a causa de tan grandes revelaciones. Por eso, para que no me arrastre la soberbia, se me clavó un aguijón en la carne: un enviado de Satanás, para que me abofetee, a fin de que no me envanezca.


Si decimos que no tenemos pecado, nos enga amos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.


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