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2 Crónicas 34:9 - Biblia Castilian 2003

9 Se presentaron, pues, al sumo sacerdote Jilqu as y le entregaron el dinero aportado al templo de Dios, que los levitas y porteros hab an recogido de manos de Manasés, de Efra n, y de todo el resto de Israel, de todo Judá y Benjam n, y de los habitantes de Jerusalén.

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Biblia Reina Valera 1960

9 Vinieron estos al sumo sacerdote Hilcías, y dieron el dinero que había sido traído a la casa de Jehová, que los levitas que guardaban la puerta habían recogido de mano de Manasés y de Efraín y de todo el remanente de Israel, de todo Judá y Benjamín, y de los habitantes de Jerusalén.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

9 Estos hombres le dieron al sumo sacerdote Hilcías el dinero que habían recaudado los levitas que servían como porteros en el templo de Dios. Las ofrendas las traían la gente de Manasés, de Efraín y los que quedaban de Israel; al igual que la gente de todo Judá, de Benjamín y de Jerusalén.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

9 Fueron, pues, donde el sumo sacerdote Helquías y le entregaron el dinero traído a la Casa de Dios, es decir, todo lo que los levitas y porteros habían recibido de Manasés y de Efraím y de todo el resto de Israel, de todo Judá y Benjamín y de los habitantes de Jerusalén.

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La Biblia Textual 3a Edicion

9 Y fueron al sumo sacerdote Hilcías, y le dieron el dinero recaudado en la Casa de YHVH, que los levitas porteros de la entrada habían recibido de mano de los de Manasés, y de Efraín, y de todo el resto de Israel, y de todo Judá y Benjamín, y de los habitantes de Jerusalem.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

9 Se presentaron, pues, al sumo sacerdote Jilquías y le entregaron el dinero aportado al templo de Dios, que los levitas y porteros habían recogido de manos de Manasés, de Efraín, y de todo el resto de Israel, de todo Judá y Benjamín, y de los habitantes de Jerusalén.

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2 Crónicas 34:9
13 Referans Kwoze  

El rey dio orden al sumo sacerdote Jilqu as, a los sacerdotes de segundo orden y a los guardianes de la puerta de que sacaran del santuario de Yahveh todos los enseres fabricados para el culto de Baal, de la aserá y de todo el ejército del cielo. Los quemó fuera de Jerusalén, en los campos del Cedrón, y llevó las cenizas a Betel.


Los correos pasaron de ciudad en ciudad por tierras de Efra n y de Manasés hasta las de Zabulón. Pero la gente se re a y se burlaba de ellos.


Mucha gente de Efra n, de Manasés, de Isacar y de Zabulón no se hab a purificado y, sin embargo, comieron la Pascua sin ajustarse a lo prescrito. Pero Ezequ as oró por ellos diciendo: 'Yahveh, que es bueno, perdone


Cuando todo esto hubo terminado, todos los israelitas que all se encontraban salieron por las ciudades de Judá y rompieron las estelas, derribaron las aserás y demolieron los lugares altos y los altares por todo Judá y Benjam n, y también por Efra n y Manasés, hasta acabar con ellos. Después, todos los israelitas regresaron, cada uno a su propiedad, a sus ciudades.


Y lo entregaron en manos de los capataces de las obras, o sea, de los que estaban encargados del templo de Yahveh, los cuales, a su vez, lo entregaron a los obreros que trabajaban en el templo de Yahveh para reparar y consolidar el edificio.


Luego, el secretario Safán anunció al rey: 'El sacerdote Jilqu as me ha entregado este libro'. Y Safán lo leyó delante del rey.


y dio esta orden a Jilqu as, a Ajicán, hijo de Safán, a Abdón, hijo de Miqueas; a Safán, el secretario; y a Asa as, ministro del rey:


Entonces Jilqu as y los enviados del rey fueron a ver a la profetisa Juldá, esposa de Salún, hijo de Tocat, hijo de Jasrá, encargado del vestuario. Resid a en el barrio nuevo de Jerusalén. Hablaron con ella según lo indicado


También los jefes presentaron ofrendas voluntarias para el pueblo y para los sacerdotes y levitas. Jilqu as, Zacar as y Yejiel, intendentes del templo de Dios, entregaron a los sacerdotes, para v ctimas pascuales, dos mil seiscientas cabezas de ganado menor y trescientas de ganado mayor.


En fin, hermanos, todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, si hay alguna virtud o algo digno de alabanza, todo eso tenedlo como cosa propia.


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