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1 Pedro 3:1 - Biblia Castellano Antiguo (Nuevo Testamento)

1 Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; así, los que son rebeldes a la palabra que predicamos, quizá lleguen algún día a ser ganados sin palabras, merced a la conducta de sus esposas, o sea,

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Biblia Reina Valera 1960

1 Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas,

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Biblia Nueva Traducción Viviente

1 De la misma manera, ustedes esposas, tienen que aceptar la autoridad de sus esposos. Entonces, aun cuando alguno de ellos se niegue a obedecer la Buena Noticia, la vida recta de ustedes les hablará sin palabras. Ellos serán ganados

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Biblia Católica (Latinoamericana)

1 Igualmente ustedes, mujeres, obedezcan a sus maridos. Si alguno de ellos se opone a la Palabra, será ganado por la conducta de sus mujeres mejor que por discursos,

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La Biblia Textual 3a Edicion

1 De la misma manera, esposas, estad sujetas a vuestros propios maridos,° para que también los que no creen a la Palabra, sean° ganados sin palabra por la conducta de sus esposas,

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

1 Asimismo, vosotras, mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, para que si algunos se muestran rebeldes a la palabra, sin palabra alguna sean conquistados por la conducta de las mujeres,

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1 Pedro 3:1
26 Referans Kwoze  

Si tú tienes un hermano, y te ofende, preséntale tus quejas estando a solas con él; si te escucha y reconoce su falta, habrás recuperado a tu hermano.


Sin embargo, no todos los que escuchan la predicación del evangelio están dispuestos a prestarle obediencia. Es lo que dice el profeta Isaías: 'Señor, ¿quiénes son los que han creído a nuestro anuncio?'


Pero gracias a Dios que, si bien antes erais esclavos del pecado, ahora estáis obedeciendo de corazón las enseñanzas que habéis recibido.


Por ejemplo: cuando una mujer se casa, queda sujeta por ley a su esposo durante todo el tiempo que él vive. Pero si el esposo muere, ella deja de estarle sujeta, tanto a él como a las leyes que rigen el vínculo conyugal, de modo que, si lo desea, puede casarse de nuevo.


Pero quisiera recordaros que Cristo es cabeza de todo varón, que el marido es cabeza de la mujer y que Dios es cabeza de Cristo.


también vuestras mujeres deben callar en la asamblea. No les está permitido que hablen, sino que se sujeten a la disciplina a que se refieren las Escrituras.


Después de todo, ni tú, mujer, sabes si tu esposo se salvará por quedarse; ni tú, marido, lo sabes respecto de tu mujer.


Tened, pues, presente que el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo, y que la esposa debe respetar en todo a su esposo.


Esposas, sujetaos en amor a vuestros maridos, conforme a la voluntad del Señor;


Portaos sabiamente con los de afuera, aprovechando al máximo cada oportunidad que se os presente.


entre llamas de fuego, y castigará a los que no quisieron conocer a Dios y se niegan a obedecer al evangelio de Jesús, nuestro Señor.


Por la fe Abraham, cuando Dios le ordenó que abandonase su país natal, emprendió la marcha hacia el remoto lugar que el Señor iba a darle como herencia. Partió sin saber a dónde se dirigía,


Después de haber demostrado su perfección mediante esta experiencia, Jesús llegó a ser el autor de la salvación eterna para todos los que le obedecen.


Y ahora que por la obediencia a la verdad, que es Cristo, y mediante la acción del Espíritu Santo, habéis purificado vuestras almas y las habéis dispuesto al más sincero amor fraternal, amaos unos a otros entrañablemente, con absoluta pureza de corazón;


considerando vuestro comportamiento respetuoso y puro.


En cuanto a vosotros, maridos, convivid inteligentemente con vuestras esposas, honrándolas como merece su constitución física más delicada, y no olvidando que ellas, juntamente con vosotros, son herederas de la bendición de la vida que Dios da. Haciéndolo así, no habrá nada que estorbe vuestras oraciones. Sufriendo por hacer el bien


Porque ya es tiempo de que comience el juicio, y que comience por la familia de Dios. Pues bien, si a nosotros se nos ha de juzgar primero, ¡cuánto más terrible no será el fin de los rebeldes, de los que se niegan a aceptar el evangelio de Dios!


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