Salmos 102 - Biblia Torres Amat 18251 Oración de un miserable, que hallándose atribulado derrama en la presencia del Señor sus plegarias. Escucha, ¡oh Señor!, benignamente mis ruegos; y lleguen hasta ti mis clamores. 2 No apartes de mí tu rostro, en cualquier ocasión en que me halle atribulado dígnate oírme. Acude luego a mí, siempre que te invocare; 3 porque como humo han desaparecido mis días, y áridos están mis huesos como leña seca. 4 Estoy marchito como el heno, árido está mi corazón; pues hasta de comer mi pan me he olvidado. 5 De puro gritar y gemir me he quedado con sola la piel pegada a los huesos. 6 Me he vuelto semejante al pelícano, que habita en la soledad; me parezco al búho en su triste albergue. 7 Paso insomnes las noches, y vivo cual pájaro que está solitario sobre los tejados. 8 Me hieren todo el día mis enemigos, y aquellos que me alaban se han conjurado contra mí. 9 Porque el alimento que tomo va mezclado con la ceniza; y mis lágrimas con mi bebida, 10 a vista de tu ira e indignación, pues me levantaste en alto para estrellarme. 11 Como sombra han pasado mis días y me he secado como el heno. 12 Pero tú, Señor, permaneces para siempre, y tu memoria pasará de generación en generación. 13 Tú te levantarás, y tendrás lástima de Sión; porque tiempo es el de apiadarte de ella, llegó ya el plazo. 14 Y porque hasta sus mismas ruinas son amadas de tus siervos, y miran éstos con afición aun al polvo de aquella tierra. 15 Entonces, ¡oh Señor!, las naciones temerán tu santo Nombre, y todos los reyes de la tierra respetarán tu gloria. 16 Porque el Señor reedificará a Sión, en donde se dejará ver con toda majestad. 17 El escuchó la oración de los humildes, y no despreció sus plegarias. 18 Que se escriban estas cosas para la generación venidera; y el pueblo que será creado glorificará al Señor. 19 Porque desde su excelso santuario inclinó los ojos hacia nosotros. Se puso el Señor desde el cielo a mirar la tierra, 20 para escuchar los gemidos de los que estaban entre cadenas, para libertar a los sentenciados a muerte, 21 a fin de que prediquen en Sión el Nombre del Señor y sus alabanzas en Jerusalén . 22 Entonces los pueblos y reyes se reunirán para servir juntos al Señor. 23 Dijo el justo en medio de su florida edad: Manifiéstame ¡oh Señor!, el corto número de mis días. 24 No me llames a la mitad de mi vida. Eternos son tus años. 25 ¡Oh Señor!, tú eres el que al principio creaste la tierra; los cielos obra son de tus manos. 26 Estos perecerán; pero tú eres inmutable. Vendrán a gastarse como un vestido. Y los mudarás como quien muda una capa, y mudados quedarán. 27 Mas tú eres siempre el mismo, y tus años no tendrán fin. 28 Los hijos de tus siervos habitarán tranquilos en Jerusalén , y su descendencia quedará arraigada por los siglos de los siglos. |
Copyright © Félix Torres Amat. Traducción de la Vulgata al castellano 1825.