¿Nunca van a detener la corriente de sus necias palabras? ¿Qué he dicho para provocar ese hablar interminable?
¿Tendrán fin las palabras vacías? ¿O qué te anima a responder?
¿Nunca dejarán de decir más que palabrería? ¿Qué los mueve a seguir hablando?
¿No se acabarán tus palabras vanas? ¿Que necesidad tienes de discutir?
¿Habrá fin para las palabras huecas? ¿Qué te hace responder así?
¿Tendrán fin las hueras palabras? ¿Qué te mueve a responder así?
¿Tendrán fin las palabras vanas? ¿O qué te anima a responder?
«¿Debe un sabio como tú hablar así? Tus argumentos son puro viento.
Has tratado de hacerme avergonzar de mí mismo por llamarte pecador, pero mi espíritu no me permite detenerme.
pero en realidad no es necesario, puesto que ustedes saben de él tanto como yo. Y sin embargo, vienen diciéndome tantas palabras inútiles».
«¿Hasta cuándo, oh Job, seguirás así, pronunciando palabras que son como viento tempestuoso?
―No —le respondieron—. Y desde entonces nadie se atrevió a preguntarle nada.
Es preciso taparles la boca, pues en su afán por ganar dinero enseñando lo que no deben, ya han apartado de la verdad a varias familias.
Que tu mensaje sea sano y sin faltas. Así cualquiera que discuta con ustedes se avergonzará al no encontrar nada que criticarles.
Todos los años era igual: Penina se burlaba y se reía de ella cuando iban a Siló, y la hacía llorar tanto que Ana no podía comer.