Los veinte años que viví en tu casa los pasé en las peores condiciones: ahogándome de calor en el día, y muriéndome de frío en la noche, ¡y hasta el sueño se me iba! Catorce años trabajé para ti por tus dos hijas, y seis años por tus rebaños, ¡y más de una vez me rebajaste el sueldo!
«Jeremías, ve y diles de mi parte a todos los habitantes de Jerusalén: “Yo recuerdo, pueblo de Israel, que en tus primeros años me amabas solo a mí. Parecías una novia enamorada y me seguiste por el desierto, por tierras donde nada crece. Tú eras solo mía; ¡fuiste mi primer amor! Si alguien te hacía algún daño, sufría las consecuencias. Te juro que así fue”.
Jamás preguntaron por mí, a pesar de que fui yo quien los liberó de Egipto, quien los llevó por el desierto, por un terreno seco y peligroso, donde nadie pasa y donde nadie vive.
»Grande fue mi alegría cuando te hallé por primera vez. Fue como hallar uvas en el desierto; ¡fue como cortar los primeros frutos! Pero al llegar a Baal-peor tus antepasados se volvieron repugnantes por adorar a dioses falsos, a esos ídolos que tanto amaban.
Pero ahora conocen a Dios. Mejor dicho, Dios los conoce a ustedes. Por eso, no puedo entender por qué se dejan dominar de nuevo por esos espíritus que controlan el universo. ¡Si ellos no tienen poder, ni valen nada!
»Cuando Dios los encontró, ustedes andaban por el desierto, por tierras barridas por el viento. Pero él los tomó en sus brazos y los cuidó como a sus propios ojos.
y que los guio por un grande y terrible desierto, lleno de serpientes venenosas y de escorpiones, y que nada les pasó. No olviden cómo sacó agua de una roca, cuando se morían de sed y no tenían nada que beber.