Impresa está, Señor, sobre nosotros la luz de tu rostro: tú has infundido la alegría en mi corazón.
Éxodo 33:18 - Biblia Torres Amat 1825 Le dijo Moisés: Muéstrame tu gloria. Plis vèsyonBiblia Reina Valera 1960 Él entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Biblia Nueva Traducción Viviente Moisés respondió: —Te suplico que me muestres tu gloriosa presencia. Biblia Católica (Latinoamericana) Moisés dijo a Yavé: 'Por favor, déjame ver tu Gloria. La Biblia Textual 3a Edicion Entonces él dijo: ¡Te ruego que me permitas ver tu gloria! Biblia Serafín de Ausejo 1975 Dijo Moisés: 'Muéstrame tu gloria'. Biblia Reina Valera Gómez (2023) Él entonces dijo: Te ruego: Muéstrame tu gloria. |
Impresa está, Señor, sobre nosotros la luz de tu rostro: tú has infundido la alegría en mi corazón.
Más apreciable es que mil vidas tu misericordia; por tanto se ocuparán mis labios en tu alabanza.
En cuanto a ver mi rostro, prosiguió el Señor, no lo puedes conseguir; porque no me verá hombre ninguno, sin morir.
A Dios nadie le ha visto jamás: El hijo unigénito, existente desde siempre en el seno del Padre, él mismo es quien le ha hecho conocer a los hombres.
Quien ha recibido mis mandamientos, y los observa, ése es el que me ama. Y el que me ama, será amado de mi Padre; y yo le amaré, y yo mismo me manifestaré a él.
Y así es que todos nosotros, contemplando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma imagen de Jesucristo, avanzándonos de claridad en claridad, como iluminados por el Espíritu del Señor.
Porque Dios, que dijo que la luz saliese o brillase de en medio de las tinieblas, él mismo ha hecho brillar su claridad en nuestros corazones, a fin de que nosotros podamos iluminar a los demás por medio del conocimiento de la gloria de Dios, según que ella resplandece en Jesucristo.
A los ricos de este siglo mándales que no sean altivos, ni pongan su confianza en las riquezas caducas, sino en Dios vivo (que nos provee de todo abundantemente para nuestro uso);
el cual se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de todo pecado, purificarnos y hacer de nosotros un pueblo particularmente consagrado a su servicio y fervoroso en el bien obrar.
Y la ciudad no necesita sol ni luna que alumbren en ella; porque la claridad de Dios la tiene iluminada, y su lumbrera es el Cordero.