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Jeremías 9:23 - Biblica® Open Nueva Biblia Viva 2008

23 El Señor dice: No se enorgullezca el sabio en su sabiduría, ni el poderoso en su poder, ni el rico en su riqueza.

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Biblia Reina Valera 1960

23 Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

23 Esto dice el Señor: «No dejen que el sabio se jacte de su sabiduría, o el poderoso, de su poder, o el rico, de sus riquezas.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

23 Quien quiera alabarse, que busque su alabanza en esto: en tener inteligencia y conocerme. Yo soy Yavé, y mi obrar en la tierra no es más que bondad, rectitud y justicia. Estas son las cosas que me gustan, palabra de Yavé.

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La Biblia Textual 3a Edicion

23 Así dice YHVH: No se alabe el sabio en su sabiduría, Ni se alabe el valiente en su valentía, Ni se alabe el rico en sus riquezas.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

23 sino de esto se ufane quien quiera ufanarse: de ser sensato y conocerme, pues yo soy Yahveh, que practico la bondad, el derecho y la justicia en la tierra, porque en estas cosas me complazco' -oráculo de Yahveh-.

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Jeremías 9:23
54 Tagairtí Cros  

Y no me vengan con aquello de que “sólo Dios puede convencer de su pecado al pecador”.


Se enorgullece de sus escamas traslapadas perfectamente selladas, que no dejan pasar aire, y que nada puede penetrarlas.


Él ama la justicia y el derecho; llena está la tierra de su tierno amor.


Proclamemos juntos la grandeza del Señor, y ensalcemos su nombre.


Y sin embargo, por un tiempo, Señor, nos has echado a un lado con deshonra, sin salir con nuestros ejércitos a la batalla.


No te enriquezcas mediante la extorsión y el robo. Y si tus riquezas aumentan, no pongas en ellas tu corazón.


De nada servirán las riquezas en el día del juicio, pero la justicia te librará de la muerte.


Nadie, por inteligente o sabio que sea, puede enfrentarse al Señor.


Confía en el Señor con todo tu corazón, y no confíes en tu propia inteligencia.


Y ¿quién podrá decir si mi hijo va a ser sabio o necio? Pero todo lo que tengo irá a sus manos; ¡qué desalentador!


Volví a mirar por toda la tierra y descubrí que no siempre el más veloz gana la carrera, ni el más fuerte la batalla; que los sabios suelen ser pobres y los hombres diestros no son por fuerza famosos; todo es cuestión de suerte; de estar en el sitio adecuado en el momento oportuno.


Dirá que pronto cada uno de sus príncipes será rey de un país conquistado.


¡Y qué turbación la de los filisteos que confiaban en el «poder de Etiopía», y en su «glorioso aliado» Egipto! Y dirán: «Si esto le ocurre a Egipto, ¿qué será de nosotros?».


Segura te sentías en toda tu maldad. «Nadie me ve», decías. Tu «sabiduría» y tu «conocimiento» hicieron que te apartaras de mí y que proclamaras que tú misma eres dios.


¡Ay de los que se creen muy sabios y astutos!


En aquel tiempo ya no será necesario que uno al otro se amoneste para conocer al Señor pues cada cual, el grande y el pequeño, realmente me conocerá, dice el Señor, y yo perdonaré y olvidaré sus graves faltas.


¿Recuerdas cómo se vanagloriaban: «Somos héroes, poderosos hombres de guerra»?


Porque confiaron en su riqueza y sus habilidades, por lo tanto morirán. Su dios Quemós, junto con sus sacerdotes y príncipes, será llevado a tierras lejanas.


Orgullosa estás de tus fértiles valles, pero pronto serán arrasados. ¡Hija perversa, confiabas en tus riquezas y pensabas que nadie podía perjudicarte jamás!


La tierra de Egipto llegará a ser un yermo desolado, por tu arrogancia de pensar que tú hiciste el río Nilo y que era de tu pertenencia exclusiva, y entonces los egipcios sabrán que yo, el Señor, lo he hecho.


»¡Arroja de ti tu dinero! ¡Tíralo como desperdicios sin valor, porque no valdrá nada en aquel día de destrucción, ni te satisfará ni te alimentará pues tu amor al dinero es el causante de tu lamentable estado!


Les daré una oportunidad. Cuando oigan la música, si se inclinan y rinden homenaje a la estatua, no tomaré en cuenta su falta; pero si se niegan a hacerlo, serán arrojados inmediatamente en un horno de fuego ardiente. Y entonces, ¿qué dios podrá librarlos de mi castigo?


»Ahora yo, Nabucodonosor, elogio y reconozco y respeto al Rey del cielo porque todas sus obras son rectas y buenas. Él es capaz de humillar a los orgullosos».


¡Pueblo de Dios! Ya el Señor les ha dicho qué es lo que él espera que ustedes hagan. Ya él les ha enseñado lo que es bueno y espera que ustedes hagan. Lo que el Señor les pide es que practiquen la justicia, que sean misericordiosos y que vivan siguiendo fielmente sus instrucciones.


Ese día en que el Señor desate su castigo, de nada les servirá la plata y el oro que tienen. Toda la tierra será devorada por el fuego de su ira. ¡En poco tiempo morirán todos los habitantes de la tierra!».


Esto les sorprendió a los discípulos. Pero Jesús repitió: —Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de los cielos!


Al creerse sabios, se volvieron aún más necios.


A fin de cuentas, como dicen las Escrituras: «El que quiera sentirse orgulloso, que se enorgullezca de lo que el Señor ha hecho».


No pienses jamás que por tu poder y tu fuerza has obtenido esa riqueza.


Lo he perdido todo con tal de conocer a Cristo, de experimentar el poder de su resurrección, de tener parte en sus sufrimientos y de llegar a ser semejante a él en su muerte.


Es más, todo lo considero una pérdida comparado con el supremo valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo y lo considero basura, con tal de ganar a Cristo


porque ¡el amor al dinero es la raíz de todos los males! Hay quienes han dejado la fe por correr tras las riquezas y al fin se han causado a sí mismos muchísimos sufrimientos.


Venía burlándose del apuesto jovencito de mejillas rosadas.


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