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Isaías 6:5 - Biblica® Open Nueva Biblia Viva 2008

5 Entonces dije: «¡Esta es mi muerte! Porque soy un pecador de boca impura, miembro de una raza pecadora, de inmunda boca, y sin embargo he mirado al Rey, al Señor Todopoderoso».

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Biblia Reina Valera 1960

5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

5 Entonces dije: «¡Todo se ha acabado para mí! Estoy condenado, porque soy un pecador. Tengo labios impuros, y vivo en medio de un pueblo de labios impuros; sin embargo, he visto al Rey, el Señor de los Ejércitos Celestiales».

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Biblia Católica (Latinoamericana)

5 ¡Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al rey, Yavé de los Ejércitos!

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La Biblia Textual 3a Edicion

5 Entonces dije: ¡Ay de mí, muerto soy! ¡Yo, hombre de labios inmundos, que habito en medio de un pueblo de labios inmundos, he visto con mis ojos al Rey, a YHVH Sebaot!

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

5 Yo dije: '¡Ay de mí! ¡Estoy perdido, pues soy hombre de labios impuros que vivo en un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al rey, a Yahveh Sebaot!'.

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Isaías 6:5
33 Tagairtí Cros  

Salía el sol cuando Jacob emprendió el camino, y renqueaba a causa de su cadera.


¿Quién es este Rey de la gloria? Es el Señor Todopoderoso; ¡él es el Rey de la gloria!


y vieron al Dios de Israel parado sobre una especie de pavimento hecho con piedras de zafiro, tan puro como el cielo.


Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Moisés se cubrió el rostro con ambas manos, porque tenía miedo de mirar a Dios.


Pero no podrás ver mi rostro, porque ningún hombre podrá verme y seguir viviendo.


Pero Moisés insistió: ―Señor, tú sabes que nunca me he distinguido por ser un buen orador. Es un problema que tengo desde mucho antes de que tú me hablaras. ¡Me cuesta mucho trabajo expresarme bien!


―Pero, si ni siquiera mi propio pueblo quiso oírme, ¿cómo puedo esperar que el faraón me oiga? Yo no tengo el poder de convicción —objetó Moisés.


Este es aquel Moisés que le respondió al Señor: «Yo no puedo hacerlo. Yo no tengo el poder de convicción. ¡El faraón no me oirá!».


Y entonces el Señor dice: Puesto que este pueblo dice que me pertenece pero no me obedece, y puesto que su adoración se limita a palabras y repeticiones de fórmulas de memoria,


Sus ojos verán al Rey en su belleza, y a los montes celestiales en la lejanía.


Porque las manos de ustedes están llenas de sangre por los crímenes que han cometido, y sobre todo eso, mienten y murmuran, y se oponen al bien.


Estamos completamente contaminados e inmundos de pecado. Todas nuestras buenas obras son como inmundos harapos. Como hojas de otoño nos decoloramos, nos marchitamos y caemos. Como viento, nos arrastran nuestros pecados.


«¡Oh Señor Dios», dije yo, «no puedo hacer eso! ¡No soy más que un muchacho! ¡Ni siquiera puedo hablar con soltura!».


Yo embriagaré a sus príncipes, sabios, gobernantes, capitanes y guerreros. ¡Caerán dormidos para no despertar más!, dice el Rey, cuyo nombre es el Señor de los ejércitos.


«Hombre mortal, me dijo, tú vives entre rebeldes que podrían conocer la verdad si quisieran, pero no quieren; ellos podrían oírme si pusieran atención, pero no lo hacen,


Así que vienen como si fueran sinceros y se sientan ante ti a escucharte. ¡Pero ellos no tienen ninguna intención de hacer lo que yo les diga! Hablan dulcemente de amar al Señor, pero con sus cabezas están pensando sólo en el robo.


»Mientras estaba orando y confesando mis faltas y las faltas de mi pueblo, y desesperadamente suplicando al Señor mi Dios por Jerusalén, asentada sobre su santo monte,


»Tiemblo cuando oigo de todo esto; mis labios se estremecen de temor. Mis piernas se me aflojan y me agito de terror. Esperaré tranquilamente el día de la angustia que vendrá sobre el pueblo que nos invade.


Pero el pueblo de Israel volvió a quejarse una vez más: «¡Estamos perdidos! —se lamentaron—. Cada persona que se acerca al santuario muere. ¿Es que vamos a morir todos?».


―Moriremos —lloraba Manoa junto a su esposa—. Hemos visto a Dios.


Cuando Gedeón comprendió que realmente había sido el ángel del Señor gritó: ―¡Ay, Señor Dios, he visto a tu ángel cara a cara!


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