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Isaías 32:9 - Biblica® Open Nueva Biblia Viva 2008

9 Escúchenme, mujeres que viven en la ociosidad, escúchenme y les diré su recompensa:

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Biblia Reina Valera 1960

9 Mujeres indolentes, levantaos, oíd mi voz; hijas confiadas, escuchad mi razón.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

9 Escuchen, mujeres, ustedes que están acostumbradas a la buena vida. Escúchenme, ustedes que son tan engreídas.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

9 Mujeres despreocupadas, levántense, oigan lo que les digo; hijas demasiado confiadas, escuchen mis palabras.

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La Biblia Textual 3a Edicion

9 ¡Oh mujeres indolentes, levantaos! Damas confiadas, escuchad mis razones, y oíd mi voz:

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

9 Mujeres descuidadas, levantaos, escuchad ni voz; hijas confiadas, atended a mi palabra:

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Isaías 32:9
15 Tagairtí Cros  

Estamos hartos de las burlas de los orgullosos y de los altivos.


Escúchenme, escuchen mi súplica: ¿Siembra continuamente el labrador sin cosechar jamás? ¿Abre el surco eternamente sin sembrar nunca?


Luego juzgará a las altivas mujeres judías, que orgullosas pasan contoneándose con sus pulseras tintineantes en los tobillos, con ojos lascivos que recorren la multitud para atraerse la mirada de los hombres.


Escuchen a Jerusalén llorando desesperada: «¡Estamos arruinados! ¡Nos ha sobrevenido el desastre! ¡Tenemos que abandonar nuestra patria y nuestros hogares!».


¡Escuchen, oh mujeres llorosas, las palabras del Señor! Enséñenles a gemir a sus hijas y vecinas, enséñenles los cantos funerarios porque los van a necesitar.


Los que antes comían las comidas más costosas están ahora mendigando por las calles por cualquier cosa que puedan llevarse a la boca. Los que vivían con todo lujo en sus palacios, ahora revuelven los basureros en busca de comida.


Este será el destino de la ciudad grande y próspera que vivió tan segura y que decía de sí misma: «En todo el mundo no hay ciudad tan grande como yo». Pero ahora, vean cómo ha quedado convertida en un lugar de completa ruina, como guarida de animales. Todo el que pase por ella se burlará o meneará la cabeza sin creer lo que ve.


¡El que tenga oídos, oiga!».


La mujer más tierna y delicada de tu pueblo, que no se habría atrevido a posar su pie desnudo en tierra, no querrá compartir su comida con el esposo que ama, ni con su hijo, ni con su hija. Esconderá de ellos la placenta y el bebé que acaba de nacer a fin de comérselo ella sola. Tan terrible será el hambre que habrá en el sitio y la terrible angustia causada por tus enemigos en tus puertas.


Cuando Jotán oyó esto, se paró sobre el monte Guerizín y gritó para que lo oyeran los hombres de Siquén: «Si les interesa la bendición de Dios, escúchenme.


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