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1 Samuel 30:6 - Biblica® Open Nueva Biblia Viva 2008

6 David estaba seriamente preocupado, porque sus soldados, en su profundo dolor por sus hijos, comenzaron a hablar de matarlo. Pero David halló fortaleza en el Señor su Dios.

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Tuilleadh leaganacha

Biblia Reina Valera 1960

6 Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

6 David ahora se encontraba en gran peligro, porque todos sus hombres estaban muy resentidos por haber perdido a sus hijos e hijas, y comenzaron a hablar acerca de apedrearlo. Pero David encontró fuerzas en el Señor su Dios.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

6 David se vio en un gran apuro porque su gente hablaba de apedrearlo, pues tan grande era la desesperación de cada uno por sus hijos e hijas. Pero David recuperó su confianza en Yavé su Dios.

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La Biblia Textual 3a Edicion

6 Y David estaba muy angustiado porque el pueblo hablaba de apedrearlo, por cuanto todo el pueblo estaba con ánimo amargado, cada uno por sus hijos y por sus hijas. Pero David se fortaleció en YHVH su Dios.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

6 David se vio entonces en un grave aprieto, porque la gente hablaba de lapidarlo, ya que todos estaban llenos de amargura por sus hijos e hijas. Pero David cobró ánimos en Yahveh, su Dios.

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1 Samuel 30:6
51 Tagairtí Cros  

El temor y la angustia se apoderaron de Jacob. Dividió la familia, los rebaños, las reses y los camellos en dos grupos;


Usted conoce a su padre y a sus hombres. Bien sabe que son guerreros poderosos, y probablemente se encuentran tan enfurecidos como una osa a quien le han quitado sus ositos. Además, su padre es un guerrero de experiencia y no creo que vaya a pasar la noche junto con el pueblo.


Pero cuando llegó ante Eliseo, se arrojó al suelo delante de él y se abrazó a sus pies. Guiezi se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo: ―Déjala. Es que tiene un gran pesar, y el Señor no me ha revelado de qué se trata.


Dios puede matarme por decirlo, y probablemente lo haga. No obstante, voy a defender mi caso con él.


Creo en ti, por eso digo: «Me encuentro muy angustiado, Señor».


Cuando oro me respondes y me animas dándome la fuerza que necesito.


El Señor es mi fortaleza, mi roca y mi salvación; mi Dios es la roca en la que me refugio. Él es mi escudo, el poder que me salva.


En mi angustia clamé al Señor pidiendo ayuda. Y él me escuchó desde su templo; mi clamor llegó a sus oídos.


De mal en peor van mis problemas, ¡ay, líbrame de ellos!


Espera al Señor; él acudirá. Sé valiente, resuelto y animoso. Sí; espera, y él te ayudará.


Anímense y sean fuertes todos ustedes que confían en el Señor.


¿Por qué voy a desarmarme y estar tan triste? Volveré y lo alabaré. ¡Es mi Dios y mi Salvador!


Entonces, ¿por qué desalentarse? ¿Por qué estar desanimado y triste? ¡Espera en Dios! ¡Aún lo alabaré de nuevo! ¡Él es mi Salvador y mi Dios!


Escucho el rugir del enfurecido mar, mientras tus olas y la agitada marea me derriban.


Confío en Dios ¿por qué temeré? ¿Qué podría hacerme un simple mortal?


Silencioso estoy ante el Señor, esperando que él me libre. Porque sólo de él procede la salvación.


Pero yo callo ante el Señor, porque en él está mi esperanza.


Rescátame, Dios mío, del poder de los malvados, de manos de los crueles.


Oh Señor, sólo tú eres mi esperanza; en ti he confiado desde mi niñez.


Moisés, entonces, oró al Señor, y le dijo: ―¿Qué haré con esta gente? ¡Están a punto de apedrearme!


El nombre del Señor es una torre poderosa; los justos acuden a ella y están a salvo.


Mas para los pobres, oh Señor, tú eres como refugio ante la tormenta, sombra contra el calor, amparo contra los hombres crueles que son como tenaz aguacero capaz de deshacer un muro de tierra.


Oh Señor, tú que eres para mí como fortaleza y baluarte en mi debilidad, como mi refugio en los días que estoy angustiado, pueblos de muchas partes del mundo acudirán a ti diciendo: «Nuestros antepasados fueron insensatos, pues adoraban ídolos vanos que para nada les aprovecharon.


«En medio de mi gran angustia clamé al Señor, y él me respondió. Estando ya muy cerca de morir te pedí ayuda, y tú, Señor, oíste mi súplica.


Como respuesta, todo el pueblo se dispuso apedrearlos. Pero la gloria del Señor apareció ante ellos,


Y delante y detrás del cortejo, el pueblo lo aclamaba: ―¡Viva el Hijo del rey David! ¡Alábenlo! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Gloria a Dios!


―¿Y qué hago con Jesús el Mesías? ―¡Crucifícalo!


Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.


Por eso, cuando Dios le dijo a Abraham que le iba a dar una descendencia numerosa, Abraham lo creyó y tuvo esperanza, aun cuando aquello parecía imposible. Y así llegó a ser padre de muchas naciones.


Abraham no fue incrédulo a la promesa de Dios ni dudó jamás. Al contrario, fortaleció su fe y así le dio gloria a Dios y le dio las gracias por aquella bendición antes que se produjera.


¿Qué más se puede decir? Si Dios está de parte nuestra, ¿quién podrá estar contra nosotros?


Si sufrimos es para que ustedes tengan consuelo y obtengan la salvación. Y si Dios nos ha consolado es para bien de ustedes, para que reciban el consuelo que les ayude a soportar con paciencia los mismos sufrimientos que padecemos nosotros.


Estamos acosados por problemas, pero no estamos vencidos. Enfrentamos grandes dificultades, pero no nos desesperamos.


Desde que llegamos a Macedonia no habíamos tenido reposo: desde fuera, las dificultades se agolpaban a nuestro alrededor; por dentro, sentíamos mucho temor.


Así que podemos decir con toda confianza: «El Señor es el que me ayuda; no tengo miedo. ¿Qué puede hacerme otro igual a mí?».


―Cuidado con lo que dices —replicaron los hombres de Dan—. Hay aquí algunos que son de ánimo colérico, y podrían enojarse y matarte.


Luego los hombres de Israel lloraron delante del Señor hasta la tarde y le preguntaron: ―¿Seguiremos luchando contra nuestro hermano Benjamín? Y el Señor respondió: ―Sí. Los israelitas recuperaron el valor y fueron al día siguiente a pelear en el mismo lugar.


Ella estaba profundamente angustiada y clamaba con amargura mientras oraba al Señor.


El príncipe Jonatán salió en busca de David y lo halló en Hores, y lo alentó en su fe en Dios.


―¿Por qué me has molestado haciéndome volver? —preguntó Samuel a Saúl. Estoy muy angustiado —contestó Saúl—. Los filisteos están en guerra con nosotros y Dios me ha abandonado; no quiere responderme ni por profetas ni por sueños. Te he llamado para preguntarte qué debo hacer.


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