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Levítico 27:28 - Biblia Lenguaje Básico

28 No se podrá vender nada, sean personas, animales, o campos, que me haya sido entregado como ofrenda, pues se trata de una ofrenda sagrada y, como tal ofrenda sagrada, es algo que me pertenece.

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Biblia Reina Valera 1960

28 Pero no se venderá ni se rescatará ninguna cosa consagrada, que alguno hubiere dedicado a Jehová; de todo lo que tuviere, de hombres y animales, y de las tierras de su posesión, todo lo consagrado será cosa santísima para Jehová.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

28 »No obstante, todo lo que se haya apartado especialmente para el Señor —ya sea una persona, un animal o una propiedad familiar— nunca deberá ser vendido ni rescatado. Todo lo que se consagre de esta manera ha sido apartado como santo y le pertenece al Señor.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

28 En cambio, lo que uno consagre a Yavé por anatema, cualquier cosa que le pertenece, hombre, animal o campo de su herencia, no podrá venderse o rescatarse. Todo anatema es cosa muy sagrada para Yavé.

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La Biblia Textual 3a Edicion

28 No obstante, ninguna cosa dedicada que cualquiera haya separado para YHVH de su propiedad podrá venderse o redimirse, sea hombre o animal o campos de su posesión. Todo lo consagrado° será cosa santísima para YHVH.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

28 Sin embargo, nada de lo que un hombre posee, hombres, animales o campos de su propiedad, y que ha consagrado como anatema a Yahveh, podrá ser vendido o rescatado. Todo anatema es cosa muy sagrada para Yahveh.

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Levítico 27:28
35 Tagairtí Cros  

Coré, hijo de Imná, de la tribu de Leví, tenía a su cargo la vigilancia de la entrada este del Templo, y era el responsable de cuidar las ofrendas que la gente daba voluntariamente a Dios. También se encargaba de repartirlas entre los sacerdotes y levitas. Coré tenía seis colaboradores que, con toda honradez, repartían las ofrendas entre los sacerdotes y levitas, que vivían en las ciudades y campos de pastoreo del territorio de Judá. Los sacerdotes que recibían esa ayuda debían ser descendientes de Aarón, y los levitas debían estar en la lista oficial de ayudantes al servicio de Dios. Estos eran los seis colaboradores de Coré: Eden, Minyamín, Josué, Semaías, Amarías y Secanías. El reparto se hacía de la siguiente manera: en un libro estaban escritos los nombres de todos los sacerdotes y sus ayudantes mayores de tres años. La lista de los sacerdotes seguía el orden de la familia a la que pertenecían, y la lista de los levitas tenía una sección con todos los que eran mayores de veinte años, según el turno y el trabajo que hacían. Como todos ellos estaban permanentemente dedicados al servicio del culto a Dios, en el libro también estaban registrados los nombres de todos sus familiares, es decir, de sus esposas, hijos e hijas. Y así, todos los sacerdotes y levitas que iban al Templo para cumplir con sus trabajos diarios, según el turno y trabajo que les tocaba hacer, recibían la parte que les correspondía.


No maltrates a los inmigrantes en el país, ni abuses de ellos. Recuerda que también vosotros fuisteis extranjeros en Egipto.


Ellos podrán comer las ofrendas de cereales y de los animales que los israelitas me presentan. Todo lo que los israelitas aparten para mí, será para ellos.


Como esta será la mejor parte de la tierra, y estará consagrada a Dios, ni siquiera una parte de ella podrá venderse, cambiarse o traspasarse a otra persona.


Los que tengan alguno de estos defectos podrán participar de las ofrendas que los israelitas me presentan,


Cuando el terreno sea liberado en el año de liberación, pasará a ser propiedad de los sacerdotes, pues se trata de algo que me fue entregado como ofrenda sagrada.


Si el animal que se ofrece está en la lista de animales impuros, el dueño podrá rescatarlo. En ese caso, deberá pagarse el precio establecido, más un veinte por ciento. En caso de que no sea rescatado, podrá venderse en el precio fijado.


Ninguna persona que por disposición mía deba ser destruida podrá ser rescatada; debe morir sin remedio.


Luego diré a los malos: «¡Alejaos de mí! Pues sois como gente malvada. Id al fuego que nunca se apaga, al fuego que Dios preparó para el diablo y sus ángeles.


Sufro por los judíos, que son mi pueblo, y quisiera ayudarlos. Yo estaría dispuesto a caer bajo la maldición de Dios y a quedar separado de Cristo, si eso contribuyera a su bien.


Si alguien no ama al Señor Jesucristo, que la maldición de Dios caiga sobre él. Por mi parte, esto es lo que pido: «¡Ven, Señor nuestro!».


Pero corren un grave peligro los que buscan agradar a Dios obedeciendo la ley, porque las Escrituras dicen: «Maldito sea el que no obedezca todo lo que la ley ordena».


Pero Cristo se hizo por nosotros maldito y así nos libró de la maldición que cae sobre el que no obedece la ley. Porque la Escritura dice: «Dios maldecirá a cualquiera que muera colgado de un madero».


Por lo tanto, recordad esto: cuando ya estéis en la tierra que Dios os va a dar y hayáis vencido a todos los enemigos de alrededor, deberéis también destruir a todos los descendientes de Amalec.


No llevéis, por tanto, a vuestras casas nada de todo eso que Dios detesta, no sea que también vosotros seáis aniquilados. Aborreced todos esos objetos y consideradlos despreciables porque están destinados a ser destruidos.


Después de la destrucción de Jericó, Josué advirtió a los israelitas: —Que nadie se atreva a edificar de nuevo la ciudad de Jericó. Cualquiera que se atreva a hacerlo caerá bajo un terrible castigo de Dios. Si alguien intenta reconstruirla, Dios hará que mueran todos los hijos de esa persona.


En la familia de Céraj, que formaba parte de la tribu de Judá, había un hombre llamado Acán, hijo de Carmí y nieto de Zabdí. Este hombre no obedeció el mandato que Dios había dado al pueblo. Dios les había ordenado destruir por completo la ciudad de Jericó, pero Acán se quedó con algunas de las cosas que debía haber destruido. Por eso Dios se enfadó contra los israelitas.


Allí Josué le dijo: —¿Por qué nos has causado tanto mal? Ahora Dios te va a causar mal a ti. Los israelitas mataron a pedradas a Acán y a su familia. Luego prendieron fuego a todo


Pero no podemos permitir que se casen con nuestras hijas, porque todos los israelitas hemos jurado pedirle a Dios que castigue a todo aquel que case a su hija con uno de la tribu de Benjamín.


También trataban de averiguar si alguna de las tribus había faltado a la reunión en Mispá, porque habían jurado castigar con la muerte solamente a los que no hubieran asistido.


Luego, Dios te ordenó claramente que destruyeras a esos pecadores amalecitas y todo lo que les pertenecía.


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