11-12 Por lo tanto, esto os dice Dios: Un ejército enemigo vendrá a Samaría y la rodeará para conquistarla; derribará sus fortalezas y dejará vacíos sus palacios. Cuando un león ataca las ovejas, el pastor lucha por salvarlas, pero solo alcanza a rescatar dos patas o un pedazo de oreja; pues eso mismo os pasará a vosotros, israelitas que vivís en Samaría, y descansáis en cómodas camas y lujosos sillones: apenas nada podréis llevaros los que logréis escapar.
Luego vinieron los otros hijos de Jacob, pisotearon los cadáveres y robaron todo lo que había en la ciudad. Se llevaron ovejas, vacas, burros y todo lo que encontraron a su paso tanto en la ciudad como en el campo. También entraron en las casas y las saquearon, llevándose además sus mujeres y sus niños. Así vengaron la violación de su hermana Dina.
En ese tiempo, Pul (es decir, Tiglatpiléser), rey de Asiria, invadió el país. Entonces Menajén le entregó treinta y tres mil kilos de plata para que le permitiese mantenerse como rey en Israel.
En tiempos de Pecaj, rey de Israel, vino Tiglatpiléser, rey de Asiria, y conquistó las ciudades de Iyón, Abel Bet Maacá, Janóaj, Cadés y Jasor; se apoderó también de Galaad, Galilea y toda la región de Neftalí. A los habitantes de esos lugares se los llevó prisioneros a Asiria.
Derribaré todas sus casas y todos sus palacios; derribaré las casas adornadas de marfil que los ricos construyeron para pasar el invierno y descansar en verano. Yo soy el Dios de Israel y cumpliré mi palabra.
Pues oíd esto, israelitas: Voy a mandar contra vosotros una nación que os conquiste, y os venza por completo; desde Jamat, en el norte, hasta el desierto, en el sur. Así os lo aseguro yo mismo que soy el Dios todopoderoso.
Esto es lo que Dios todopoderoso jura por sí mismo: Los israelitas se sienten orgullosos de sus hermosos palacios, pero yo los aborrezco y los voy a entregar, a ellos y a su ciudad, en manos de sus enemigos.