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2 Reyes 20:5 - Biblia Lenguaje Básico

5-6 —Vuelve y dile al rey que yo, el Dios de su antepasado David, he escuchado su oración y he visto sus lágrimas. Dile que voy a sanarlo y que le concederé quince años más de vida. Dentro de tres días ya podrá venir a mi Templo para adorarme. Además, por amor a mí mismo y a David, que me ha sido fiel en todo, salvaré a Ezequías y a Jerusalén del poder del rey de Asiria.

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Tuilleadh leaganacha

Biblia Reina Valera 1960

5 Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

5 «Regresa y dile a Ezequías, el líder de mi pueblo: “Esto dice el Señor, Dios de tu antepasado David: ‘He oído tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a sanarte y en tres días te levantarás de la cama e irás al templo del Señor.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

5 Vuelve y di a Ezequías, el jefe de mi pueblo. Esto dice Yavé, el Dios de David, tu padre: Oí tu plegaria y vi tus lágrimas. Voy a sanarte, dentro de tres días subirás a la casa de Yavé.

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La Biblia Textual 3a Edicion

5 Vuelve y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice YHVH, el Dios de David tu padre: He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas; he aquí Yo te sano; al tercer día subirás a la Casa de YHVH.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

5 'Vuelve y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: así habla Yahveh, Dios de David, tu antepasado: 'He oído tu oración y he visto tus lágrimas. Voy, pues, a curarte, de suerte que dentro de tres días podrás subir al templo de Yahveh.

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2 Reyes 20:5
44 Tagairtí Cros  

y le dijo: —He escuchado tus oraciones y tus ruegos. Este Templo, que tú has edificado, lo he dedicado a mi nombre y en él viviré para siempre. Lo cuidaré y no dejaré de protegerlo ni un momento.


Isaías mandó este mensaje a Ezequías: —Nuestro Dios, el Dios de Israel, ha escuchado tu oración en relación con Senaquerib, rey de Asiria.


Isaías se retiró, pero no había salido aún del patio central del palacio, cuando Dios le dijo:


«He visto tu arrepentimiento y tu humilde actitud al escuchar la desgracia que he anunciado contra este lugar y sus habitantes, una desgracia que será terrible. He visto que has rasgado tu ropa y has llorado ante mí. Pues bien, yo también te he escuchado —te doy mi palabra—


Yo os advierto que nuestro guía es Dios, y que sus sacerdotes están listos para tocar sus trompetas y dar la señal de guerra. Así pues, israelitas, no luchéis contra el Dios de vuestros antepasados, pues no podréis vencer.


En el año octavo de su reinado, siendo aun joven, el rey Josías empezó a consultar al Dios de su antepasado David. Cuatro años después, comenzó a quitar los santuarios locales de las colinas y los altares en los que el pueblo daba culto al dios Baal. También quitó las imágenes de la diosa Astarté, las imágenes y los ídolos que había en Jerusalén y por todo el territorio de Judá. Josías ordenó que lo destruyeran todo hasta convertirlo en polvo, y que luego esparcieran el polvo sobre las tumbas de quienes habían ofrecido sacrificios en honor de esos ídolos. Después mandó quemar los huesos de los sacerdotes idólatras sobre los mismos altares que ellos habían utilizado. Fue así como Judá y Jerusalén quedaron purificadas.


con solo una orden los sanó. ¡Así los salvó de la muerte!


Las lágrimas que derramamos cuando sembramos la semilla se volverán cantos de alegría cuando cosechemos el trigo.


Dios sanó las heridas de los que habían perdido toda esperanza.


Cuando los buenos claman a él, Dios los escucha y los libra de su angustia.


Tú castigas a la gente y corriges su maldad; destruyes como polilla lo que ellos más valoran. ¡Nadie dura más que un suspiro!


Dios mío, que tu cólera destruya a mis enemigos, pues no puede quedar sin castigo su maldad. ¡No los dejes escapar!


Anota en tu libro todas las veces que he andado errante y todas las lágrimas que he derramado.


Dios mío, tú habitas en Sion y mereces nuestras alabanzas; mereces que cumplamos las promesas que te hacemos.


Tú escuchas nuestra oración. Estamos agobiados por nuestros pecados, por eso todos acudimos a ti. Nuestras culpas nos causan pesar, pero tú nos perdonas.


Les dijo: —Yo soy vuestro Dios, el que cuida de vuestra salud. Si prestáis atención a mis consejos y obedecéis estos mandamientos y estas leyes que hoy os doy, y hacéis solo lo que es bueno, no os castigaré como a los egipcios.


Pero Dios siguió diciéndole: —Yo sé muy bien que mi pueblo Israel está sufriendo mucho en Egipto. He escuchado sus gritos pidiéndome ayuda y he visto cómo los egipcios los maltratan.


He visto, pues, cómo os esclavizan los egipcios y vuestros lamentos han llegado hasta mí.


¡Venid a mí y prestad atención, obedecedme y viviréis! Yo haré un pacto con vosotros para siempre, cumpliré las promesas que hice a David.


«Yo soy el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob». Por tanto, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.


Pero el ángel le dijo: —¡No tengas miedo, Zacarías! Dios ha escuchado tus oraciones. Tu mujer Elisabet tendrá un hijo, y lo llamarás Juan.


—Dos hombres fueron al Templo a orar. Uno de ellos era fariseo y el otro era cobrador de impuestos.


Más tarde, Jesús encontró al hombre en el Templo y le dijo: —Ahora que estás sano, no peques más, para que no te pase algo peor.


¡Daos cuenta ahora de que yo soy el único Dios! No hay otros dioses conmigo; solo yo sano las heridas; solo yo doy la vida y solo yo puedo quitarla. Nadie puede escapar de mi poder.


Dios hizo todas las cosas para él mismo y quiere que sean muchos los que compartan su gloria. Para ello, Dios tenía que hacer perfecto a Jesucristo por medio del sufrimiento para que así Jesucristo fuera el Salvador de ellos.


Dios secará todas sus lágrimas y los cuidará el Cordero que está en medio del trono, los conducirá como un pastor a pastos abundantes y los llevará a manantiales de agua que da vida.


Entonces Samuel sacó una vasija de aceite y la derramó sobre la cabeza de Saúl; luego le dio un beso y le dijo: —Hoy te ha elegido Dios para que seas jefe de Israel, su pueblo.


—Mañana, a esta misma hora, te enviaré a un hombre de la tribu de Benjamín. Derramarás aceite sobre su cabeza en señal de que será jefe de mi pueblo Israel. Él librará a mi pueblo de los filisteos, porque he escuchado las quejas de mi pueblo y he visto cómo sufre.


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