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Isaías 1 - Biblia Lenguaje Básico


Primera parte del libro (1–39) Introducción

1 Dios habló a través de una visión al profeta Isaías, hijo de Amós, y le dio varios mensajes para todos los habitantes del reino de Judá y de Jerusalén. Esto sucedió durante los reinados de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías.


Mensajes sobre Judá y Jerusalén (1–12) Dios acusa a su pueblo

2 Así dice Dios: «Oye cielo y escucha tierra, he criado y educado hijos, pero ellos se han rebelado contra mí.

3 El buey y el burro conocen a su dueño y saben quién les da de comer; pero Israel, el pueblo que formé, no entiende.

4 Todos ellos son pecadores y están llenos de maldad. Se alejaron de mí, que soy el Dios de Israel; ¡me abandonaron por completo!

5-6 Han sido tan rebeldes, y los he castigado tanto, que ya no les queda un lugar sano: de pies a cabeza están cubiertos de heridas. Nadie se las ha curado ni vendado, nadie ha calmado sus dolores con aceite. ¡Se han quedado sin fuerzas!


El país está en ruinas

7 Israel está destruido, sus ciudades arden en llamas; ante la mirada de sus habitantes el enemigo devora sus cosechas. El país ha quedado desierto, totalmente devastado.

8 Jerusalén ha quedado aislada como cabaña en medio de una viña, como choza en un campo de melones, como una ciudad sitiada.

9 Si yo, el Dios todopoderoso, no hubiera salvado a unos pocos, ahora estaríais igual que Sodoma y Gomorra.


Israel no sabe adorar a Dios

10 Escuchadme bien vosotros que sois como los jefes de Sodoma, igual que los habitantes de Gomorra». Estad atentos a esto que Dios os dice:

11 «¿Por qué me traéis tantos animales para ofrecérmelos en sacrificio? ¡Ya estoy harto de esas ofrendas; me da asco ver tanta sangre de toros, carneros y cabritos!

12 Yo nunca os he pedido esas ofrendas cuando venís a presentaros ante mí y pisáis los patios de mi Templo.

13-14 ¡Para mí, esas ofrendas no tienen ningún valor! No me las ofrezcáis en sacrificio pues su humo me resulta insoportable. Tampoco soporto vuestras fiestas: los sábados y los días de luna nueva en los que seguís haciendo el mal. Me resultan tan molestas que ya no las aguanto.

15 Oráis mucho levantando las manos, pero yo no os veo ni os escucho. ¡Habéis matado a tanta gente que tenéis las manos manchadas de sangre!

16 ¡Dejad ya de pecar! ¡No quiero ver vuestra maldad! ¡Dejad ya de hacer lo malo

17 y aprended a hacer lo bueno! Ayudad al maltratado, tratad con justicia al huérfano, defended a la viuda.

18 Venid y discutamos el caso: aunque vuestros pecados os manchen como con tinta roja, yo os dejaré blancos como la nieve; aunque os ensucien de arriba abajo, yo os dejaré como lana blanca.

19 Si obedecéis y me hacéis caso, comeréis de lo mejor de la tierra.

20 Pero si os empeñáis en ser rebeldes, moriréis sin remedio a filo de espada. ¡Yo soy quien os lo aseguro!».


Dios castigará a los rebeldes

21 Los habitantes de Jerusalén eran fieles, honestos y justos, pero ahora son unos asesinos.

22 Eran como la plata, pero se han vuelto basura; eran como el buen vino, pero se han vuelto vinagre.

23 Sus gobernantes son rebeldes y amigos de bandidos. A cambio de dinero y regalos declaran culpable al inocente. Maltratan al huérfano y niegan ayuda a las viudas.

24 Por eso, así asegura el Dios todopoderoso, el que es fuerte en Israel: «Voy a castigar a mis adversarios, a vengarme de mis enemigos;

25 en cuanto a ti, voy a pedirte cuentas, a limpiar toda la basura que hay en ti, a eliminar todo lo que no vale.

26 Haré que tus jueces y consejeros vuelvan a ser honrados y sinceros. Se volverá a decir que en Jerusalén se practica la justicia y que su gente me es fiel.

27 A los habitantes de Jerusalén que vuelvan a obedecerme los libraré con mi gran poder.

28 Pero destruiré a rebeldes y pecadores, quienes me abandonen morirán.

29 Sentiréis vergüenza de los cultos que practicabais bajo esos árboles, de los huertos sagrados que plantasteis.

30 Os dejaré arruinados, y seréis como árboles sin hojas, como huertos sin una gota de agua.

31 El poderoso será como paja y sus acciones harán de chispa: uno y otros arderán juntos y nadie apagará el fuego».

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