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2 Crónicas 23:9 - Biblica® Open Nueva Biblia Viva 2008

Entonces Joyadá entregó lanzas y escudos a los oficiales. Estas armas habían pertenecido al rey David, y estaban guardadas en el templo.

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Biblia Reina Valera 1960

Dio también el sacerdote Joiada a los jefes de centenas las lanzas, los paveses y los escudos que habían sido del rey David, y que estaban en la casa de Dios;

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Biblia Nueva Traducción Viviente

Luego Joiada dio a los comandantes las lanzas y los escudos grandes y pequeños que habían pertenecido al rey David y estaban guardados en el templo de Dios.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

El sacerdote Joyadá entregó a los jefes de cien lanzas y los escudos grandes y pequeños del rey David que se encontraban en la Casa de Dios,

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La Biblia Textual 3a Edicion

Después el sacerdote Joiada entregó a los capitanes de centenas las lanzas, los escudos y los paveses del rey David, que estaban en la Casa de Dios.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

El sacerdote Joadá entregó a los jefes de centuria las lanzas y los escudos, grandes y pequeños, del rey David que estaban en el templo de Dios.

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Biblia Reina Valera Gómez (2023)

Y el sacerdote Joiada dio a los capitanes de cientos las lanzas, paveses y escudos que habían sido del rey David, que estaban en la casa de Dios;

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2 Crónicas 23:9
5 Tagairtí Cros  

David llevó a Jerusalén los escudos de oro que usaban los oficiales del rey Hadad Ezer,


Salomón hizo que parte del oro fuera batido para hacer doscientos escudos grandes (cada escudo pesaba unos seis kilos y medio de oro), y trescientos escudos pequeños, de un kilo y medio de oro cada uno, y los puso en su casa llamada «Bosque del Líbano».


Estos oficiales, completamente armados, formaron una línea de un lado al otro del templo y alrededor del altar, en el atrio exterior.


Así se hizo. Cada uno se puso al frente de sus hombres, los que estaban de servicio aquel día de reposo y los que no estaban de servicio, porque el sumo sacerdote Joyadá no permitió que nadie se fuera.


―No —contestó el sacerdote—, sólo tengo la espada de Goliat, el filisteo que mataste en el valle de Elá. Está envuelta en un manto en el cuarto de la ropa. Tómala si quieres, porque no tengo otra cosa. ―¡No hay otra igual! —exclamó David—. ¡Dámela!