1 Al maestro de coro; del siervo del Señor. De David 2 El delito habla interiormente al criminal: 'No temo a Dios ni en su propia cara'. 3 Se lisonjea de que su delito no será descubierto ni será castigado. 4 Los dichos de su boca son iniquidad y engaño, ha perdido el sentido del bien; 5 en su lecho planifica el delito; aferrado siempre al mal camino, no se aparta del mal. 6 Pero tu amor, Señor, llega hasta el cielo, y tu lealtad hasta las nubes, 7 tu justicia es cual los montes más altos, tus juicios como el inmenso abismo. Tú, Señor, salvas a los hombres y a las bestias; 8 oh Dios, ¡qué precioso es tu amor! Los hombres se cobijan a la sombra de tus alas, 9 se sacian de los ricos manjares de tu casa, en el torrente de tus delicias los abrevas. 10 Pues en ti está la fuente de la vida y en tu luz vemos la luz. 11 Guarda tu amor a los que te reconocen y haz justicia a los hombres honrados. 12 No dejes que me pisotee el pie del arrogante, ni que la mano del criminal me alcance. |
Evaristo Martín Nieto©