Al oír esto, Abram se inclinó en señal de respeto. Entonces Dios le dijo: «En este pacto que hago contigo, te prometo lo siguiente: De ti nacerán muchas naciones. Por eso ya no vas a llamarte Abram, sino Abraham, porque serás el padre de muchas naciones, y muchos de tus descendientes serán reyes. Este pacto que hago contigo, lo hago también con tus descendientes, y no tendrá fin. Yo soy tu Dios, y también seré el Dios de tus descendientes. La tierra de Canaán, donde ahora vives como extranjero, te la daré a ti para siempre, y también a tus descendientes. »Por tu parte, tú y tus descendientes tendrán que cumplir con
Mientras Manoa y su esposa miraban cómo salían las llamas de la roca, vieron que el ángel subía al cielo entre las llamas. Comprendieron entonces que ese hombre era un ángel de Dios, y con respeto se inclinaron hasta tocar el suelo con la frente. El ángel no se volvió a aparecer ni a Manoa ni a su esposa.
Por su parte, el ángel, con la punta del bastón que tenía en la mano, tocó la carne y los panes sin levadura. Enseguida salió fuego de la piedra y quemó toda la carne y los panes; luego el ángel de Dios desapareció.