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1 Pedro 1 - Serafín Ausejo (Nuevo Testamento)

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1 Pedro 1

Salutación

1 Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,

2 elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas.

Una esperanza viva

3 Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos,

4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros,

5 que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.

6 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas,

7 para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,

8 a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso;

9 obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.

10 Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación,

11 escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos.

12 A estos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles.

Llamamiento a una vida santa

13 Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado;

14 como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia;

15 sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir;

16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

17 Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación;

18 sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,

19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,

20 ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,

21 y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.

22 Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro;

23 siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

24 Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae;

25 Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

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1 Pedro 1

CAPÍTULO 1

Introducción

GRACIA Y CRUZ

1. Juntamente con Silvano concluye san Pedro esta carta pastoral (cf. 5,2-4; 2,25), la más antigua en su género en la historia de la Iglesia, diciendo que ha escrito exhortando y conjurando, para asegurar a sus destinatarios de que, pese a sus tribulaciones, van indudablemente por el recto camino y se mantienen en la gracia de Dios (5,12). ¿Qué quiere decir este mantenerse en gracia de Dios?

En diferentes pasajes habla de ello san Pedro. Por ejemplo, si se mira con los ojos de la fe, se mantiene en gracia de Dios un esclavo que soporta sin odio vejaciones inmerecidas (2,19), que hace el bien y que, aunque tenga que sufrir por ello, sigue impertérrito su camino (2,20). Esta gracia, de la que habían hablado ya anticipadamente los profetas del Antiguo Testamento (1,10), que constituye el último fin de la vida cristiana (1,13; 3,7; 5,10), significa, pues, con frecuencia sufrimientos durante la vida terrena, sufrimientos que Dios no sólo permite, sino que hasta mira con complacencia (3,14). Sufrir conforme a la voluntad de Dios significa mantenerse en gracia de Dios.

La razón más honda de esta concepción de la gracia está en que en el sufrimiento se hace el hombre semejante al Señor que cargó con la cruz, semejante a Jesús que, «cuando lo insultaban no devolvía el insulto; cuando padecía, no amenazaba» (2,23), que nos precedió en el camino del sufrimiento, para dejarnos un «ejemplo» (2,21) conforme al cual podamos imitarle y que nos haga más fácil seguir sus huellas (2,21). Esta vía dolorosa, llena de gracia, de Cristo le llevó a la exaltación a la derecha del Padre (3,18-22). Por esto puede decirnos san Pedro: «A medida que tomáis parte en los padecimientos de Cristo, alegraos, para que también en la revelación de su gloria saltéis de gozo» (4,13).

La imagen de mantenerse en gracia constituye la clave para la inteligencia de la carta. Por lo demás, se trata de una imagen entre muchas, todas las cuales tienen un mismo objeto fundamental: exhortar y consolar a los cristianos en medio de sus sufrimientos.

2. La exhortación a la imitación de Cristo, que recorre toda nuestra carta, forma parte del núcleo de la enseñanza en la Iglesia primitiva. Pero también desde otros puntos de vista, apenas si hay otro escrito del Nuevo Testamento que refleje tan inmediatamente como la primera carta de san Pedro el espíritu de la comunidad primitiva. En esta carta, que sólo contiene los versículos, se descubren todos los puntos esenciales del pensar de la Iglesia primitiva. En una lectura meditada topamos siempre con esos pensamientos con que nos ha familiarizado la oración del Señor y el símbolo de los Apóstoles, es decir con los elementos más antiguos de la teología cristiana.

3. Si pensamos en una carta privada redactada en sentido moderno, con toda seguridad esta carta no provendría del pescador de Galilea. La historia de su origen puede más bien compararse con la de una encíclica pontificia de nuestros días. Se trata de un trabajo comunitario, aunque apoyado en la autoridad viva del apóstol san Pedro.

Tres colaboradores se destacan claramente. En primer lugar el evangelista Marcos, designado en 5,13 como «hijo» de Pedro. La tradición eclesiástica refiere también de él que ejerció en Roma la actividad de intérprete y catequista de san Pedro. Sin embargo, su Evangelio muestra que la forma refinada de la carta, la elección magistral de las palabras griegas y su estilo rítmico no pueden ser obra de Marcos.

Más importante que este colaborador parece, pues, ser Silvano, a quien también se menciona expresamente en la conclusión de la carta (5,12). Este Silvano era una figura destacada en la Iglesia primitiva. Gozaba de gran prestigio en la comunidad judeocristiana de Jerusalén (Act 15:22). Además, dado que gozaba de la ciudadanía romana (Act 16:25.35-39), había seguramente recibido una sólida formación. Había acompañado largo tiempo al apóstol san Pablo (Act 18:5; 1Th 1:1), y en las comunidades cristianas procedentes del paganismo era considerado como «profeta», que poseía el don de exhortar y confirmar a los hermanos (Act 15:32, donde se le llama Silas).

También al tercero y más importante de los colaboradores se cita en la conclusión de la carta: la comunIdad de Roma, «la Iglesia que está en Babilonia, elegida como vosotros» (Act 5:13). En esta comunidad, en la única ciudad de millones de habitantes del mundo de entonces, había un continuo ir y venir, un trasiego de cristianos de toda la cuenca del Mediterráneo. Se había convertido ya en el corazón con que latía la Iglesia universal. Pese a toda la innegable colaboración ajena, quedan todavía en la carta suficientes pasajes, en los que se trasluce el espíritu y la viva personalidad de Cefas. La carta entera se apoya en la firmeza de su fe completamente personal y madurada en la humildad, en su adhesión a Cristo y en su amor a la cruz, en su solicitud pastoral y en su conciencia de su responsabilidad como «presbítero» dirigente (Act 5:1-5).

4. Los destinatarios son los cristianos bautizados de las numerosas comunidades de las provincias de Asia, citadas en 1,2, a los que en consideración de su dignidad se exhorta como bautizados. Aquí y allá se entremezclan exhortaciones particulares dirigidas a determinadas categorías, como los criados (2,18-25), las esposas (3,1-6), los maridos (3,7), los clérigos (5,1-5). En diversas formas se hace alusión a la «vana manera de vivir» anterior (1,18), al tiempo de la «ignorancia» en que anteriormente vivían (1,14), a la idolatría y a los excesos de su vida pasada (4,3). Sin embargo, están ya bastante familiarizados con el Antiguo Testamento (1,16; 2,9; 3,6).

Las comunidades están, por tanto, constituidas, a lo que parece, principalmente por cristianos procedentes del paganismo, que antes de su conversión al cristianismo habían recibido ya la circuncisión o eran por lo menos «temerosos de Dios», que habían entrado ya en contacto con el monoteísmo judío y con las Sagradas Escrituras en la traducción griega de los Setenta 1. A tales cristianos adultos, maduros y probados, que se hallan plenamente en medio de la vida se refiere san Pedro en primera línea cuando los interpela como elegidos y peregrinos en la diáspora (1,1).

5. La carta fue llevada de Roma a Asia Menor por Silvano hacia el año 64, es decir, en vísperas de las persecuciones de Nerón contra los cristianos. Todavía no se ha derramado sangre, pero ya pesa sobre los cristianos la amenaza de crueles persecuciones. Se cuenta ya con interrogatorios oficiales (3,15), con calumnias y difamaciones privadas (2,13; 3,16). La fe de los destinatarios comienza ya a ser probada como oro en el crisol (1,7; 4,12). Con tremendo presentimiento pinta san Pedro el peligro amenazador del Anticristo en la imagen de un león rugiente que «ronda buscando a quién devorar», a quién seducir a la apostasía (5,8).

Así se explica que esta estimulante carta pastoral, que por los años sesenta del siglo X se escribió a cristianos probados por los sufrimientos, viniera a ser la carta consolatoria de la Iglesia perseguida de todos los siglos. En las cartas de despedida escritas en las cárceles y prisiones encontramos constantemente palabras tomadas precisamente de esta carta. Su visión grandiosa, llena de fe y de optimismo, de la historia universal, en la que las pruebas de la tierra duran «un poco» de tiempo (1,6; 5,10), ha logrado también infundir consuelo y fortaleza en los tiempos más difíciles. Así esta carta del vicario de Cristo vino a ser la carta de los mártires, de los mártires por su fe en Cristo (1,8), por su esperanza de la vida eterna (3,15) y por su fidelidad a la comunidad eclesial.

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1. La versión griega de todo el Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, por haberse atribuido a la colaboración de setenta traductores, se produjo en Alejandría, entre los judíos de la diáspora, durante el siglo lll a.C. Entre los padres de la Iglesia, esta versión gozaba de gran prestigio: era sencillamente la Biblia de la Iglesia primitiva.

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ENCABEZAMIENTO /1P/01/01-02 1.

REMITENTE (1,1a).

1a Pedro, apóstol de Jesucristo...

Fuera de las palabras del Señor mismo, que nos han sido transmitidas en los Evangelios, ningún texto del Nuevo Testamento nos habla en forma tan autoritativa como aquí, en el comienzo de esta carta. Pedro, quiere decir exactamente lo que significaba originariamente la voz aramea con que Cristo había apellidado a Pedro: Cefas, kefa, la roca. Con esto quería indicar Jesucristo que Simón, conforme al plan salvífico de Dios, participaría en adelante de la firmeza en invencibilidad de Dios. En el Antiguo Testamento, con frecuencia, se designa a Yahveh como la «roca» de Israel, y en el Nuevo es Cristo la roca (1Co 10:4). Este nombre, que expresa una cualidad divina, se aplicó a un hombre débil. Sólo con la fe puede el hombre participar de la firmeza de Dios. Por esta razón el padre de nuestra fe, Abraham, fue ya designado como roca por el profeta Isaías (cf. Isa 51:1s). Había sido llamado por Dios a ser el fundamento de su pueblo elegido. Cefas ocupa este puesto con respecto al nuevo y verdadero Israel.

Pedro se llama a sí mismo apóstol. Apóstol era en aquel tiempo un concepto bien determinado. En él la idea de ser un enviado pasaba a segundo término frente a la de ser un mandatario, lugarteniente o vicario de otro. Naturalmente, lo que importaba saber era de quién era uno apóstol o enviado. En la segunda carta a los Corintios se habla de «enviados de las Iglesias» (Isa 8:23). Aquí en cambio se habla de un «apóstol de Jesucristo». En estas primeras palabras de la carta hay una tensión increíble: Pedro, que por su fe tiene parte en la firmeza de Dios y constituye el fundamento roqueño de la Iglesia, comienza a exhortar y a consolar por encargo de Jesucristo y como mandatario suyo

2. DESTINATARIOS (Isa 1:1b-2a).

1b ...a los elegidos, peregrinos de la diáspora en el Ponto, Galia, Capadocia, Asia y Bitinia...

Aquí se dirige la palabra a elegidos, que al mismo tiempo, o precisamente por ello, son también peregrinos y viven en la diáspora, en la dispersión. El cristianismo primitivo sabía que ser cristiano implica ser elegido, ser uno llamado por la libre y eterna elección de Dios, sin mérito alguno personal, ser un preferido.

Este es el primer apelativo, el fundamento de nuestra vida. ¿Estamos bien convencidos de esto? El que ha sido llamado y elegido ha venido a ser por ello peregrino en su mundo anterior. Llamamiento a la santidad y renuncia son cosas que van de la mano. En estas dos palabras resalta algo fundamental sobre la posición del cristiano en el mundo no cristiano que le rodea. Como en otro tiempo el Israel carnal, así también el verdadero Israel, la Iglesia, vive lejos de la eterna patria, en el exilio, en la dispersión, en la diáspora. Esto resulta a menudo difícil de admitir. Pero, aun con la mejor voluntad del mundo, no cesamos de experimentar este hecho.

En aquel tiempo estaban los cristianos en el Estado romano privados de derechos desde el punto de vista de la práctica religiosa 2. Ahora bien, esos mismos hombres se ven interpelados ahora como «peregrinos elegidos» o también como «elegidos» y «peregrinos»; de esta manera se deja entrever que el remitente está informado de sus múltiples sufrimientos, pero al mismo tiempo se les insinúa cuán positivamente enjuicia tales pruebas.

Los cristianos son elegidos y peregrinos «de la diáspora», literalmente «de la dispersión». Y esto no sólo porque en Asia Menor viven geográficamente en la dispersión, sino porque la situación espiritual de todos los cristianos se asemeja a la del pueblo judío en la cautividad de Babilonia: vivimos lejos de nuestra patria, de la Jerusalén celestial. Pero en la cautividad estaba Israel al mismo tiempo diseminado entre los pueblos. Así la dispersión tiene también su lado y significado positivos. No obstante la segregación, por el hecho de ser llamados y elegidos tenemos una misión en el mundo incrédulo que nos rodea: con una vida de temor de Dios y con buenas obras hemos de ser testigos del Dios invisible...

2a ...según el previo designio de Dios Padre, santificados por el Espíritu para recibir el mensaje de Jesucristo y la aspersión de su sangre.

Antes de pronunciar el saludo propiamente dicho, acompañado del deseo de paz, presenta san Pedro nuestra situación, y también su propio ministerio, sobre un fondo grandioso, todo ello motivado por la acción salvífica del Dios trino.

En primer lugar aparece el Padre. En el bautismo hemos sido llamados y elegidos según la presciencia, la providencia eterna del Padre. Esta es también predestinación amorosa y eficaz a la vida eterna. Lo que se dice de Cristo en términos análogos se aplica también a cada uno de nosotros: Desde la eternidad se ocupó de nosotros el amor de Dios.

Desde el día del bautismo el Espíritu Santo y santificante nos envuelve también a nosotros en su acción poderosa que impulsa hacia adelante. Y en la medida en que vamos desarrollándonos en sentido de esta nueva realidad se nos hace extraño el mundo profano. Con esta santificación por el Espíritu comienza la vida cristiana, que en la virtud santificante de este Espíritu se confirmará en forma de santidad.

Al hablar de nuestra relación con el Hijo de Dios emplea san Pedro palabras que, por primera vez, recuerdan el éxodo de Israel de Egipto, del que tantas veces se hablará todavía en esta carta. Después que el pueblo de Israel había sido elegido por la providencia de Dios, después que, anticipando en figura el bautismo, hubo atravesado el mar Rojo y emprendido la marcha hacia la tierra prometida, profesó en el Sinaí obediencia a todos los mandamientos de Dios. Y esta alianza fue sellada con aspersión de sangre3. Aquella alianza sangrienta fue la imagen de la que se había de consumar mediante la muerte de Jesucristo entre nosotros y el Dios uno y trino.

El «alimento» de Jesús era hacer la voluntad de su Padre celestial (Joh 4:34). Así pues, también nosotros somos elegidos con vistas a la obediencia, somos llamados a obedecer, a prestar oído al llamamiento del Padre y a secundarlo a la manera de Jesús. Para el hombre que va en seguimiento de Cristo, prestar oído a la voluntad de Dios en la vida cotidiana es la confirmación y la realización de su fe, de su humildad y también, y sobre todo, de su amor filial.

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2. Tras la muerte violenta del «hermano del Señor» y obispo de Jerusalén, Santiago, el año 62, fue ya un hecho patente la separación entre el naciente cristianismo y el judaísmo. Un cristiano ya no podía, como tal, invocar los privilegios de los judíos, que, por ejemplo, desde los tiempos de César estaban dispensados oficialmente de la obligación de tributar al emperador honores divinos en el culto público.

3. Cf. Exo 24:3-8.

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3. EL SALUDO (Exo 1:2b) .

2b Que abunden en vosotros la gracia y la paz.

Estos votos del cristianismo primitivo, gracia y paz, se distinguen de los saludos y parabienes que se hallan en el encabezamiento de las cartas no cristianas de todos los tiempos. En éstas se dice con frecuencia únicamente: «¡Salud!», o bien: «Te saludo», o: «¡Que te vaya bien!» ¡Cuánto más profundo es este saludo de la Iglesia primitiva! Además, aquí se añade todavía que esta paz y esta gracia deben desarrollarse y crecer.

Por lo pronto y ante todo debe abundar la gracia, a saber, la clemencia y condescendencia de Dios. Esto quiere decir que nos sea propicia la voluntad de Dios, libre y eterna, esa amorosa condescendencia con que Dios pensó especialmente en nosotros desde la eternidad y nos eligió para la santidad, para la obediencia y para una nueva alianza, sellada con la sangre del Hijo único. Esta clemencia de Dios hará además que nosotros mismos le seamos agradables. Al decir «gracia» pensamos sobre todo en la complacencia divina. ésta es la bondad y clemencia de Dios que se inclina hacia nosotros, que se nos da, y también el resultado de este don, a saber, la complacencia que halla Dios en un hombre dotado de su gracia. A lo largo de la carta se hablará con frecuencia de las cosas que son especialmente agradables a Dios: ante todo los sufrimientos inmerecidos y aceptados voluntariamente (Exo 2:19s) y la sumisión humilde (Exo 5:5). Más aún: en este tema de la gracia ve san Pedro el asunto principal de toda su carta y lo compendia diciendo que los cristianos en sus sufrimientos y dificultades se hallan en el verdadero camino, que precisamente así se mantienen en la gracia y en el beneplácito de Dios. La gracia de Dios adopta no pocas veces la forma de la cruz de Cristo...

Como en el saludo de los ángeles a los pastores de los alrededores de Belén se anunciaba la paz, también cn la Iglesia primitiva formó en todo tiempo parte del saludo el deseo y la certidumbre de la paz. Esta paz bíblica no consiste en una tranquilidad imperturbada. Según la Sagrada Escritura sólo reina la paz allí donde domina plenamente el Dios de la paz. Así la liberación de la servidumbre del pecado viene a ser el presupuesto de esta paz, que no se logra nunca con fuerzas humanas. Sólo cuando Dios reina soberanamente en nuestras almas tenemos participación en la paz victoriosa de Cristo.

Parte primera

GRANDEZA DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 1,3-2,10

Una vez san Pedro ha formulado en el encabezamiento de la carta el deseo de gracia y de paz, luego, en el texto propiamente dicho, pasa a hacer presente a los destinatarios el gran misterio de la regeneración. Un consuelo y un estímulo se encierra para ellos en el hecho de haber sido llamados a formar el santo pueblo de Dios.

I. ACCIÓN DE GRACIAS (1,3-12).

1. ACCIÓN DE GRACIAS AL PADRE (1/03-05).

3 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, según su misericordia, nos reengendró a una esperanza viviente por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos.

En primer lugar hallamos un homenaje al Padre, un agradecido grito de júbilo: Bendito sea, alabado y glorificado, pero el Padre es ya bendito por toda la eternidad gracias a su creación. La palabra «bendito» es reminiscencia del hebreo barukh 4. Un barukh es para el oriental uno a quien se rinde homenaje como de rodillas y haciendo votos por su prosperidad, uno a quien se glorifica de palabra y de obra. En el judaísmo tardío el título «el Bendito» había venido a ser sencillamente un nombre divino, el nombre de aquel cuya glorificación es el sentido de toda la creación y la meta y el honor supremo del hombre. El punto de vista especial desde el que aquí se bendice y se alaba a Dios como Padre de nuestro Señor Jesucristo es su paternidad para con nosotros. Dios es nuestro Padre. No sólo por razón de nuestra concepción natural en el seno materno, la cual hubiera sido imposible sin su voluntad, sino quizá todavía más porque él es quien engendró nuestra nueva vida, por ser la causa de nuestra regeneración. «Su gran misericordia» fue la que realmente le impulsó a este acto de darnos vida. Con el término «misericordia» no se entiende precisamente su compasión con los miserables y los pobres, sino más bien su íntima unión con la humanidad desde los tiempos del paraíso.

Más adelante vemos más claramente cómo se ha de entender esta «regeneración», este nuevo nacimiento. En efecto, «habéis sido reengendrados, no de una semilla corruptible, sino incorruptible, mediante la palabra viva y eterna de Dios» (1,23). Los cristianos deben recordar el día en que por primera vez tuvieron noticia de la muerte y sobre todo de la resurrección de Cristo, el día en que por primera vez cayó esta semilla del cielo en sus corazones y comenzó a germinar y a desarrollarse. Esta nueva vida con Cristo alcanzó su expresión visible, su obligación y vigencia externa por razón de la fe, en el bautismo, sacramento de la regeneración.

Esta admirable semilla que depositó Dios en nuestro corazón es la esperanza cristiana. Un tono fundamental de esperanza resuena a lo largo de toda la carta 5. La esperanza de que aquí se trata no es un deseo devoto, sino una realidad viviente y vital, más que nada comparable con un niño que lleva su madre en el seno en espera del acontecimiento feliz. La verdadera esperanza cristiana tiene puesta la mira en la segunda venida de Cristo y en la soberanía regia de Dios, pero con todo quiere ya comenzar a vivir y a crecer aquí en la tierra; esperanzadamente se interesa por el desamparo de los que carecen de esperanza; quiere contribuir al triunfo del bien y de la verdad ya en esta vida de todos los días en la medida de lo posible. De la esperanza se puede decir lo que se dice del reino de los cielos: Comienza ya en la tierra, aunque su fin último está situado más allá de la vida de la tierra. El hombre en quien se ha animado la esperanza con el mensaje de la resurrección de Cristo, mira anticipadamente al día de su muerte, como la madre que aguarda los dolores de parto, pero también las alegrías del nacimiento de su primer hijo.

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4. Cf. por ejemplo, una de estas fórmulas de barukh en Gen 9:26.

5. Cf.1,7.13; 5,4.10.

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4 ...para una herencia incorruptible, pura e inmarchitable, reservada en el cielo para vosotros...

La nueva vida de hijos de Dios nos ha sido otorgada con vistas a una herencia que hemos de recibir. Debe de tratarse de una herencia maravillosa, pues se califica con adjetivos tan poco corrientes. En el Antiguo Testamento cada tribu israelita recibió su parte en herencia en la tierra prometida, el suelo y el terreno que le tocó en suerte. También a nosotros nos aguarda al final de nuestro camino, de nuestra vida, una «tierra» santa y gloriosa que hemos de recibir como recompensa. Si al hablar de esta tierra pensamos en el cuerpo del Resucitado, comprenderemos por qué se trata de algo incorruptible, puro e inmarchitable, algo que nos aguarda y nos está reservado, no en graneros o en arcas, sino en el corazón amoroso de Dios. Debido a su incorruptibilidad será algo semejante a Dios y libre de toda corrupción del pecado 6. Resplandecerá limpio, inmaculado y puro como nieve, puesto que está exento de toda suciedad de la tierra, y este don de Dios brillará lozano e inmarchitable con la belleza de una eterna juventud 7.

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6. En 1Co 15:52 emplea san Pablo la misma palabra («incorruptible») para calificar el cuerpo resucitado de los cristianos.

7. Los tres adjetivos se hallan en el libro de la Sabiduría (y el tercero exclusivamente allí). Los pasajes de Sb ilustran bien las tres aserciones formuladas aquí: Wis 12:1; Wis 18:4; Wis 3:13; 4 2; Wis 8:20; Wis 6:12.

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5 ...que por el poder de Dios habéis sido custodiados mediante la fe, para la salvación, dispuesta a manifestarse en el último tiempo.

Lo peligroso de la vida cristiana está en las infinitas posibilidades de perder el camino emprendido y de no alcanzar ya la meta. San Pedro sabe de esta preocupación de los cristianos. Por esto, al mismo tiempo que mira a la meta resplandeciente, añade el consuelo de la asistencia divina en este intervalo transitorio de tiempo. Por el poder de Dios somos guardados y custodiados . La palabra «custodiados» que aquí se utiliza, aparece también en otros pasajes en que se trata de la protección y custodia de una ciudad. No sólo la entera Iglesia de Cristo, sino cada familia, cada comunidad, cada alma en particular es una ciudad, un baluarte, contra cuyos muros las huestes enemigas de Dios constantemente nos combaten y embisten, y con frecuencia insidiosamente (cf. 2,11). Pero en la poderosa custodia de Dios posee esta ciudad su firme protección, algo así como sus murallas de defensa. La unión de fe con Dios constituye estos muros sólidos e inexpugnables que nos han de resguardar a lo largo de nuestra vida.

Pero san Pedro no se detiene en la idea de los peligros del camino. Inmediatamente se levanta su mirada a la meta final, a la salvación que Dios nos tiene preparada. La salvación no es nunca asunto privado de los particulares. En la salvación se trata siempre de la consumación de la comunidad en que está integrado el cristiano; más aún, de la consumación de la entera Iglesia de Cristo. La salvación ha alboreado ya... En el futuro nos aguarda todavía su consumación y su gozosa manifestación. Desde el día que recibimos el bautismo poseemos la salud cultamente y en forma todavía invisible a nuestros semejantes. Todavía debe crecer y aguardar que se manifieste; debe aguardar el postrer día en que se descorrerá el velo.

2. ACCIÓN DE GRACIAS POR LA SALVACIÓN EN CRISTO (1/06-09).

6 Por ello vibráis de jubilo, aunque tengáis que sufrir por ahora un poco en diversas pruebas. 7 Así la calidad de vuestra fe, de más valor que el oro, que aun después de acrisolado por el fuego perece se convertirá en alabanza, gloria y honor en la manifestación de Jesucristo.

Por esta salvación (1,5) pueden y deben saltar de júbilo los cristianos, aunque este júbilo y este gozo está todavía turbado en la vida de la tierra, hallándose todavía los cristianos en diversas pruebas. Todavía no ha estallado la persecución de los cristianos decretada por el emperador Nerón, pero ya comienzan a mostrarse sus indicios. Pedro quiere decir a las nuevas comunidades cristianas que en el futuro tendrán probablemente que soportar cosas más duras, pero su gozo por la salvación es tan profundo, que la tribulación sólo los afligirá por poco tiempo. Todavía no se habla de persecuciones sangrientas de cristianos o de mártires gloriosos; solamente se trata de las dificultades cotidianas de los cristianos en su ambiente pagano, en el puesto de trabajo y también en las familias. Entonces exasperaban y escandalizaban gentes que tomaban en serio la obediencia humilde, el arrepentimiento de pecados humanos, la renuncia a la injusticia, la práctica de la castidad y privaciones voluntarias. Las pullas, las habladurías y los postergamientos personales son precisamente las «diversas pruebas» que a menudo nos afectan de manera tan dolorosa.

El sufrimiento que aflige al cristiano es en realidad una purificación un acrisolamiento de su verdadera y auténtica fe (cf. 4.12). Es sabido que ya en la antigüedad se ponían en circulación monedas que en realidad sólo estaban doradas. El plomo, debido a su elevado peso, se prestaba especialmente a semejantes adulteraciones. Pero en la prueba del fuego se veía muy pronto si en la pieza que se presentaba como de oro se había mezclado algún metal vulgar. Además, en el Antiguo Testamento nos encontramos con frecuencia con la imagen del hombre que ha sido probado y purificado en el crisol de Dios, para que gracias a esta prueba adquiera su pleno valor para la eternidad 8. El libro de la Sabiduría dice de tales personas: «Las almas de los justos están en las manos de Dios... Dios los probó y los halló dignos de sí, como oro en el crisol los probó» (Cf. Wis 3:1-7).

Con frecuencia son sólo las tentaciones al pecado las que se convierten en prueba para el hombre y en posibilidad de dar buena prueba de sí.

Hemos hablado ya de que la salvación de los cristianos se manifestará en el futuro (Wis 1:5). En último término se trata de una manifestación de Jesucristo mismo. Los cristianos -con frecuencia purificados tan dolorosamente- han de constituir un día el ornato de Cristo cuando, en el último día, se manifieste al mundo entero en su gloria. El pasaje que estamos comentando muestra de qué manera tan profunda y vital está Pedro penetrado de la verdad de la íntima unión de los cristianos con Cristo: estos son purificados, son educados por el Padre celestial, en último término a causa de la solicitud del Padre por la gloria de su Unigénito. Dios cuida de la gloria de Cristo cuando asaltan a los cristianos sufrimientos purificadores.

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8. Cf. Isa 1:25; Isa 48:10; Eze 22:17, Eze 22:22; Deu 4:20.

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8 Sin haberlo visto lo amáis, y sin verlo por ahora pero creyendo en él, vibrando de júbilo con gozo inefable y glorioso 9 al lograr la finalidad de la fe: la salvación de vuestras almas.

San Pedro traza un cuadro magnífico y espléndido del Señor en su segunda venida gloriosa 9. Sin embargo, su amor entrañable, completamente personal, tiene ante todo por objeto al hombre terreno de Nazaret, a ese Cristo cuyas pisadas se pueden seguir (2,21), que arrastró al Calvario la carga de nuestros pecados (2,25), por cuyas heridas sangrientas hemos sido curados (2,25). Aquí habla un amigo y testigo ocular apremiado por su amor a Cristo 10. Esto comunica calor a sus palabras. En ellas resuena todo lo que sabe Pedro acerca de cuán digno de nuestro amor es aquel hombre. Aquí nos parece ver alborear de nuevo la clara mañana a la orilla del lago de Tiberíades, en la que un pescador aún tosco y nada sentimental aseguró tres veces: «Señor, tú sabes que te amo» (Joh 21:15-17).

En los versículos 6-8 se habla dos veces del gozo jubiloso de los cristianos, pese a que antes deben mostrar todavía «un poco» su constancia en las pruebas. Con esto no se entiende, como pudiera parecer obvio, un gozo futuro en la gloria eterna, sino una alegría radiante realizada ya aquí en la tierra 11. Este saltar de júbilo se debe en primer lugar al conocimiento que se tiene de la salvación, la cual, aunque oculta, está ya a nuestra disposición, y también el gozo anticipado por el encuentro con Cristo, al que ahora ya vemos en cierta manera, aunque solamente con los ojos de la fe. Este gozo que se da ya en la tierra se puede comparar en cierta manera con la felicidad eterna como la alegría anticipada de los niños el 24 de diciembre con el júbilo de la nochebuena. Como esa alegría anticipada es ya una alegría real, así también para nosotros se da en esta tierra verdadera y auténtica alegría. Es un júbilo indescriptible, misterioso, que, a lo más, sólo se puede leer en el brillo de los ojos.

La misma palabra «vibrar de júbilo» usó María cuando pisó el umbral de la casa de Isabel (Luk 1:47), y saltando de júbilo se reunían también los cristianos de la lglesia primitiva en Jerusalén para celebrar la fracción del pan (Act 2:46). En ambos casos había a la vez preocupaciones, desconocimientos y calumnias por parte del mundo ambiente. Pero parece ser que la alegría irradia con mayor pureza precisamente cuando se ve purificada por la aflicción y las pruebas. La radiante alegría cristiana la vemos reflejada constantemente desde los primeros siglos en los rostros de los santos de todas las épocas. En este pasaje toca san Pedro un punto crucial del cristianismo: la alegría cristiana en medio de la misma adversidad. La imagen del hombre que aquí se nos muestra es ya la realización de lo que Jesús anunció en las bienaventuranzas en el sermón de la Montaña (Mat 5:3-12).

El anuncio anterior de una «herencia incorruptible» (Mat 1:4) parece quedar un tanto desvirtuado por la circunstancia de que aquí sólo se habla de la salvación de las almas. Pero la Sagrada Escritura no entiende por alma, como nosotros, algo puramente espiritual, incorpóreo, sino que para ella es el alma el «yo», la persona entera. Esta «alma» quiere, por ejemplo, san Pedro «entregar» por Cristo (Joh 13:37 *). Se trata por tanto de la realización y satisfacción de la persona entera, de su vivificación, de su salvación y conservación eterna por Dios. Pero no se trata de la salvación del alma, sino de la «salvación de vuestras almas» (plural), puesto que la gloria eterna de los elegidos de Dios sólo es posible en unión con Cristo y en la comunión de sus santos.

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9. Cf. 3,22; 4,11; 5,4.

10. Cf. también 5,1.

11. Cf. la oración sobre las ofrendas en la octava de Pascua: «Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exul- tante de gozo, y pues nos diste motivos de tanta alegría, concédenos también la felicidad eterna.

* En el texto original griego psykhe, que en este pasaje de Jn suele traducirse por «vida». Nota del traductor.

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3. ACCIÓN DE GRACIAS POR LA COOPERACIÓN DEL ESPÍRITU (1/10-12).

10 Acerca de esta salvación indagaron y escudriñaron profetas que predicaron la gracia a vosotros destinada. 11 Ellos investigaban a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que estaba en ellos y que testificaba de antemano los padecimientos reservados a Cristo y la gloria que a éstos seguiría. 12a y les fue revelado que, no a sí mismos, sino a vosotros servían con este mensaje que ahora os anuncian los que os evangelizan por medio del Espíritu Santo enviado del cielo.

Aquí se eligieron dos verbos casi de idéntico contenido para describir el laborioso y anheloso meditar durante noches enteras, de los hombres de Dios del Antiguo Testamento, aquel escudriñar en oración las Sagradas Escrituras. Tenían puestos los ojos en el tiempo de la salvación mesiánica, en eso que en el pasaje precedente se ha descrito como la salvación cristiana.

Merece notarse que la palabra «profetas» no va precedida de artículo. El autor no piensa únicamente en algunos profetas determinados y conocidos por sus nombres, sino también en otros muchos santos varones que «día y noche» (Psa 1:2) meditaban la ley del Señor 12. Precisamente porque en el Antiguo Testamento se había revelado desde un principio un tiempo venidero de gracia, se procuraba una y otra vez escudriñar el misterioso cuándo. Cuanto más se acercaba la plenitud de los tiempos, tanto más insaciable era el deseo de ver con claridad. Y se tenía la convicción de que la investigación de las Sagradas Escrituras proféticas era un «preparar» espiritualmente «los caminos del Señor» a quien se aguardaba. Las palabras del libro de Henoc del siglo II a.C. pudieron incluso servir de esquema para nuestro texto: «Yo he meditado no sólo para generaciones presentes, sino para la venidera. Yo hablo acerca de los elegidos y he comenzado sobre ellos mi discurso figurado. El gran Santo dejará su residencia... y aparecerá venido del cielo... Hará paz con los justos y guardará a los elegidos. Gracia reinará sobre ellos y todos ellos pertenecerán a Dios. Gozarán de su complacencia y serán benditos...» (Henoc 1,2-8). Otros muchos textos se podrían citar, que sin excepción documentarían la meditación investigadora de la Sagrada Escritura y el anhelo del Redentor precisamente en los últimos decenios que precedieron a la venida de Cristo. Sólo sobre este fondo vivo, tan próximo a san Pedro, se hace comprensible por qué la referencia al ansia espiritual de los hombres de Dios de otro tiempo y a la realización presente constituye el punto culminante de toda la doxología que sirve de introducción a la carta.

Dos veces se habla del Espíritu en este pasaje y las dos veces resuena todo el misterioso soplo y aliento del hálito de vida de Dios. El Espíritu de Dios que actuaba en los profetas del Antiguo Testamento es el Espíritu de Cristo, y la actividad cristiana de predicación de los apóstoles se efectúa en el Espíritu del Señor, enviado del cielo y conocido por el Antiguo Testamento. Para san Pedro no comenzó la acción de Cristo cuando éste apareció en Galilea 13. En tal visión aparece el Antiguo Testamento ligado con el Nuevo como con un arco de puente de gran envergadura. Cristo fue quien envió aquel Espíritu que habló en los profetas, y él es también ahora aquel en cuyo nombre derramó el Padre su Espíritu sobre la Iglesia primitiva el día de pentecostés. Entonces, la primera mañana de pentecostés, fue también san Pedro quien anunció a la multitud: El Espíritu de Dios profetizado por Joel es el Espíritu Santo, al que Cristo había prometido enviar (Act 2:33).

En estas palabras se destacan dos verdades del símbolo de fe de los apóstoles: en primer lugar, la creencia de que el Espíritu Santo había hablado al mundo por los profetas desde los tiempos más remotos, pero luego también la creencia de que este Espíritu no es sólo el hálito del Padre, sino también el del Hijo. La vida de los cristianos se ve a la vez incorporada a esta corriente del Espíritu de Dios que obra misteriosamente.

En el camino de Emaús habla Cristo de los padecimientos y de la gloria del Mesías que se podían reconocer en los escritos de los profetas (Luk 24:26). El caso más claro de esto es sin duda el capítulo 53 del profeta Isaías. Allí se pinta en primer lugar claramente la pasión del servidor de Dios, cómo es maltratado, cómo entrega su vida como víctima expiatoria por las culpas (Isa 53:1-11). Pero luego se habla inmediatamente de su glorificación: «Por eso le entregaré yo las muchedumbres, y se repartirá el botín con los poderosos, por haberse entregado él mismo a la muerte» (Isa 53:12). La muerte y la glorificación son inseparables en la imagen del servidor de Dios.

Lo que subyuga en esta visión es la asociación de la imagen del Señor glorificado y del Señor que sufre 14. Nosotros debemos tener parte en sus padecimientos para tener también participación en su gloria (Isa 4:13). En conocer y reconocer el sufrimiento se funda el carácter realista de la carta, la cual descubre, en la vida del cristiano, la cruz con toda sobriedad, sin ningún género de ilusiones. Ahora bien, precisamente en el hecho de no separar nunca la cruz de la gloria del Resucitado se muestra su gozoso optimismo, sus elevados sentimientos cristianos...

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13. Entre los monjes veterotestamentarios del mar Muerto se dice explícitamente que por lo menos uno de ellos debe ocuparse constantemente, día y noche, en la lectura espiritual de la Escritura: IQS VI, 6-8. 13. También en otros pasajes del Nuevo Testamento se habla de la existencia y acción de Cristo ya en el antiguo Israel: 1Co 10:4 (como roca); Hab 11:26 (los vituperios de Cristo); Joh 12:41 (la gloria de Cristo).

14. Cf. 2,21-25; 3,18-22.

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12b Y aun los ángeles se inclinan con anhelo por contemplar este mensaje.

A Pedro, dominado por la grandiosidad de los designios redentores que hay en el Dios uno y trino, le aparece todo este acontecer de salvación como un espectáculo para el cielo. Así cierra su himno de acción de gracias que había comenzado en 1, 3 del texto de la carta, con esta afirmación: Hasta los ángeles ansían contemplar esta admirable etapa de la historia salvífica de Dios. En la primera carta a los Corintios nos encontramos con un cuadro parecido. Allí habla san Pablo de las fatigas y luchas de la vida apostólica, que vienen a ser como una representación en el anfiteatro romano, en la que los ángeles están sentados en el gran círculo de los espectadores (1Co 4:9). Aquí no se concibe a los ángeles como espectadores en las filas de un teatro, sino que se los describe como mirando del cielo a la tierra. La celestial superioridad de los ángeles y la distancia entre nuestro mundo y el suyo aparece mayor en esta imagen; pero al mismo tiempo es más viva la sensación de su constante interés incluso en la vida de todos los días. El objeto al que dirigen los ángeles su mirada desde lo alto no es una injusticia sangrienta «que clama al cielo», ni tampoco exclusivamente el servicio litúrgico, sino la entera vida cristiana, oculta o incomprensible al mundo pagano circundante, o, para decirlo con más profundidad y verdad: «los sufrimientos y la gloria» de Cristo, que pervive en su Iglesia...

II. LA VIDA DE LOS CRISTIANOS. VERDADERO éXODO DE ISRAEL (,10).

Del gozo agradecido por nuestra redención se desprenden exigencias morales. éstas se exponen en las imágenes del éxodo de Israel de Egipto en estrecha conexión con la instrucción bautismal de la primitiva Iglesia.

1. PRIMERA RECOMENDACIÓN: ARMAOS DE ESPERANZA (1/13).

13 Por lo cual, ceñíos los lomos de vuestra mente; sed sobrios y poned toda vuestra esperanza en la gracia que os llegará cuando Cristo se manifieste.

Tras el júbilo y el entusiasmo domina de repente un tono muy distinto. Precisamente por razón de la salud que se nos ha otorgado debemos ser sobrios. En el cristianismo deber ir de la mano el júbilo y la sobriedad. El gozo del Espíritu Santo es una «ebriedad sobria», que se distingue esencialmente de todo entusiasmo de religiones y cultos no cristianos. El gozo supraterreno, reposado, del Espíritu Santo hace al hombre interiormente fuerte para que pueda emprender un gran quehacer de la vida. Por esta razón la primera exhortación enlaza mediante «por lo cual» con el versículo precedente: Ya que vosotros ahora sois fuertes en este gozo, ceñíos, poned haldas en cinta. Y a la vez sed sobrios. Esta última palabra subraya todavía la idea del fortalecimiento y de la preparación para luchar y dar buena prueba de sí...

En la imagen de ceñirse, surge ante nuestros ojos aquella noche sagrada, en la que una comunidad se aprestó por primera vez para una gran expedición: «Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies...» (Exo 12:11). Con esta imagen se da enérgicamente ese tono fundamental que había sonado ya suavemente en 1,2 y que de aquí en adelante dominará toda la sección que se extiende hasta 2,10: el motivo del éxodo del pueblo de Israel de Egipto. Pero la imagen tiene sentido no sólo con vistas a una expedición. También para el trabajo se alzaba la ropa en la antigüedad, como lo muestran numerosas representaciones romanas de esclavos que trabajan. También Cristo, como pastor que trabaja, fue representado desde los primeros tiempos con la túnica remangada. A él debemos mirar, cada día y en nuestro ajetreo anormal».

Se trata, naturalmente, de una lucha, de un trabajo y de una marcha espiritual. Por ello san Pedro habla, con una imagen atrevida, de un ceñirse «la mente». Se refiere al entero querer del hombre, a sus más profundas fuerzas motrices. Estas deben movilizarse para un camino de la vida en el que el caminante se ve movido por la esperanza que tiene puesta en la meta, a saber, la segunda venida del Señor.

2. SEGUNDA RECOMENDACIÓN: SED SANTOS (1/14-16)

14 Como hijos obedientes, no os amoldéis a las pasiones que teníais cuando estabais en vuestra ignorancia; 15 sino, como es santo el que os llamó, sed también santos en toda vuestra conducta; 15 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.

A la imagen de ceñirse se añade ahora, en el texto original, la del camino de vuelta. Porque el concepto griego que hemos traducido por «conducta» dice más que los nuestros. Abarca además de lo que nosotros expresamos con este término «conducta» o modo de proceder en la vida, la idea de «marcha atrás», de «retroceso» o de «regreso». Así en la Escritura dice siempre a la vez algo de esa marcha atrás, que es un regreso a Dios de tierra extranjera. Una imagen de nuestro regreso a la casa paterna procedentes de la tierra del pecado, una imagen de nuestro esfuerzo moral, era la vuelta del pueblo de Israel de Egipto a la tierra prometida.

Dado que todo pecado es en definitiva desobediencia, la vuelta de la tierra del pecado al Dios santo sólo puede efectuarse con la obediencia, con el prestar oído a la voz del Padre que llama. Los caminantes que se han puesto en marcha son interpelados como hijos obedientes. Este obedecer comienza para los cristianos el día mismo de su bautismo. Ahora deben ya seguir el llamamiento de Dios y marchar por sus caminos aun en el caso en que según su propio modo de pensar o por temores humanos preferirían elegir otros derroteros.

Cada cual quiere significar algo en el mundo, por lo cual en su modo de vida, en sus diversiones, en sus gastos de lujo y de pasatiempos se amolda al espíritu de la época. Esta forma anterior de vida, en la que lo que importaba en primer lugar era representar algún papel ante los demás, deben abandonarla los destinatarios directos de la carta, que del paganismo habían venido a Cristo, pero también nosotros, que distamos bastante de vivir realmente como cristianos. La carta no permite la menor duda de que nosotros, a pesar de nuestra buena voluntad de colaborar en el sector social y político del ambiente en que vivimos (cf. 2,13-17), debemos distinguirnos de nuestro ambiente en muchas cosas, incluso en algunas que parecen puramente externas. El tema de la condición de peregrinos, que se dejaba oír ya en el encabezamiento (1,1), se percibe aquí con toda claridad 15.

La vida anterior de los cristianos en la incredulidad la concibe aquí san Pedro como tiempo de la ignorancia. Está convencido de que todo el que quiera conocer el verdadero ser de Dios, debe modificar su forma de vida, su conducta. El conocimiento de Dios significa con frecuencia en la Escritura lo mismo que la adoración de Dios, la cual halla su expresión no sólo en el culto, sino ante todo en la santificación de la vida.

Con esto hemos llegado al tema capital: Sed santos. Los cristianos de las más variadas condiciones, esos hombres a los que Dios ha llamado a un gran camino, deben santificarse en esta marcha y mediante esta marcha, mediante esta forma de vida. El llamado debe mostrarse digno del que lo llama. Los santos, miembros del pueblo de Dios, fueron los que huyeron de Egipto para estar cerca de Dios. Dios es el santo por antonomasia, el inaccesible, el segregado, el puro que irradia pureza, cuyo símbolo son la luz y el fuego. Está segregado de todo lo no divino e impuro. El empeño del judaísmo tardío, sobre todo en los círculos sacerdotales, expresado en sus prescripciones de segregación y de pureza legal, sólo se comprende en este marco: el pueblo debe estar en consonancia con el Dios completamente otro, completamente puro, completamente segregado, y hacerse digno de servirle en su presencia.

La carta del apóstol cita literalmente el comienzo de la ley de santidad en el capítulo 19 del Levítico. Aquí vuelve a ponerse en vigor para los creyentes de la nueva alianza. Una vez que Israel, al tercer mes de su salida de Egipto, hubo alcanzado el desierto del Sinaí, acampó al pie de la montaña de Dios. Moisés, en cambio, subió al monte y Dios le habló: «Habla a toda la asamblea de los hijos de Israel y diles: Sed santos, porque santo soy yo, Yahveh, vuestro Dios» (Lev 19:2). Una explicación rabínica pone de manifiesto el sentido más profundo de este precepto: «Cuando os santificáis os lo tomo en cuenta como si me santificarais a mí, y cuando no os santificáis os lo tomo en cuenta como si no me santificarais a mí.» Así esta exhortación responde a la gran petición que Jesús nos recomienda en primer lugar: «Santificado sea el tu nombre» (Mat 6:9).

En una mirada retrospectiva a estos versículos (Mat 1:14-16) podemos hacer la siguiente recapitulación: A los peregrinos elegidos, a los que Pedro exhortó a ceñirse llenos de esperanza para la marcha (Mat 1:13), se les propone la meta de la marcha: ese santuario que representa la propia santidad. Este santificarse es por parte del hombre una manera agradecida de asimilarse filialmente a Dios después de desprenderse de la impiedad, por lo cual representa la mayor alabanza que tributamos a Dios no sólo con palabras, sino también con obras. Es el más bello quehacer de nuestra vida. Lo especial está en el camino que indica Pedro para llegar a esta meta: desprenderse de los viejos apetitos, incluso de los propios deseos, y seguir obedientes los caminos de Dios: Como hijos obedientes, sed santos.

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15.Cf. también 2,11s; 4,2-4.

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3. TERCERA RECOMENDACIÓN: VIVID PRONTOS A OBEDECER (1/17-21).

17 Y si invocáis como Padre al que, sin acepción de personas, juzga a cada uno según su obra, conducíos con temor en el tiempo de vuestra peregrinación...

De las seis recomendaciones que contiene la sección, sólo esta tercera está estrechamente ligada con la precedente mediante la conjunción «y». En ella se reasumen también, en cuanto al contenido, y se profundizan tres de las ideas allí expuestas: de nuevo se hace presente la relación de filiación, de nuevo se pone todo bajo el signo de la marcha y de la peregrinación, y una vez más se inculca el espíritu de obediencia, pues esto es lo que en el fondo se expresa con el conducirse con temor.

El Antiguo Testamento no posee ningún término especial para expresar la obediencia, sino que menciona esta virtud fundamental 16 con diferentes perífrasis, las más de las veces con la expresión «temor de Dios». Como en el caso del conocimiento de Dios, en el del temor de Dios tampoco se trata ya con frecuencia del comportamiento formulado directamente, o sea del conocer y temer respectivamente, sino de las consecuencias que de ello resultan cuando hay fe viva: de la veneración de Dios, de la voluntad de prestar obediencia a Dios sin la menor resistencia, del deseo de cumplir plenamente la voluntad de Dios.

Hemos visto anteriormente que el precepto de la santificación traía a la memoria las palabras del Señor: «Santificado sea el tu nombre.» Aquí, en cambio, la recomendación de conducirse con temor hace pensar espontáneamente en la tercera petición del Señor: «Hágase tu voluntad.»

No hay nada de arbitrario en poner nuestro texto en conexión con el padrenuestro. No sólo una vez, digamos en el momento del bautismo, deben los cristianos invocar solemnemente a Dios como «Padre», sino que una y otra vez, hasta a diario, deben llamar a Dios su Padre en la oración 17. Aquí no se pone precisamente ante los ojos la imagen del Padre celestial que Jesús trazó al pueblo en las parábolas en el lago de Tiberíades, sino más bien la imagen veterotestamentaria del Padre. Allí es el padre de familia la autoridad que da órdenes y que enseña a los hijos la ley de Dios. Ya al comienzo mismo de la carta (1,2) se había hecho visible esta gran imagen de un Padre omnisciente y omnipotente, que se mantiene por tanto en vigor también en el cristianismo. Es éste el Padre al que la Iglesia tiene presente en la mayoría de sus oraciones litúrgicas...

El deseo de cumplir cada día, mediante las obras, la voluntad de Dios se hace especialmente comprensible por el hecho de que Dios no mira lo exterior, las bellas palabras, sino el cumplimiento callado -con frecuencia ignorado incluso por los otros- del deber en la vida de todos los días. No puede caber la menor duda de que para Pedro sólo cuentan ante Dios los creyentes cuya fe se muestra en las obras 18. Téngase a la vez en cuenta que en el texto no se usa el plural: no se dice que Dios juzga a cada uno «según sus obras» (en plural), sino «según su obra» (en singular). La vida entera es una gran obra, y el trabajo sobre uno mismo no constituye la parte más pequeña de esta obra.

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16. Cf. el relato del paraíso y la vocación de Abraham (,24; Gen 12:1-9).

17. A más tardar a comienzos del siglo II está ya documentada por escrito la costumbre de la primitiva Iglesia de recitar tres veces al día la oración dominical: Didakhe 8,3.

18. Cf. por ejemplo, Mat 16:27; 2Co 5:10; 2Co 11:15; Gal 5:6; Rev 2:23.

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18...sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir, recibida de vuestros padres, no con cosas corruptibles, plata u oro, 19 sino con sangre preciosa, como de cordero sin defecto ni tacha, la de Cristo,...

Durante el tiempo en que nos hallamos en país extraño y sin patria, en la gran peregrinación de la vida, debe por una parte elevarse nuestra mirada al Padre eterno y justo (de ahí toda nuestra voluntaria y filial sumisión), pero por otra parte debemos también volver nuestro pensamiento al pasado, a la sangre de Cristo que fue derramada por nuestra redención. La especial belleza de este pasaje reside en la palabra sabiendo. La carta no expone prolijamente que de este pensar en la sangre de Cristo ha de resultar un entrañable amor y agradecimiento. Se limita a mencionar los hechos. Tácitamente nos deja que saquemos nosotros las consecuencias. ¿Cuáles son estos hechos?

En primer lugar debemos tener muy presente que hemos sido rescatados de la vana manera de vida recibida de los antepasados. El verbo «rescatar» hace pensar no sólo en la paga del precio de una compra, sino también en la liberación de la miseria y de la ignominia, y ello a costa de la propia persona y de la sangre misma. Como una pobre sirvienta, a la que un señor poderoso ha escogido por esposa, así -con una imagen aplicable a nosotros- fue rescatado Israel de Egipto. En segundo lugar hemos de recordar la sangre del cordero. Israel había gemido en la esclavitud de Egipto, y los destinatarios de la carta bajo la férula del pecado. En otro tiempo, en ocasión de la de las diez últimas plagas, todo Egipto hubo de ser castigado por Dios en sus primogénitos. Para ser perdonado no podía Israel ofrecer a Dios oro o plata. Gratis, no por bienes o dinero, quería Dios liberarlo. El cordero pascual tomó sobre sí el derramamiento de sangre en su lugar para aplacar al Señor: es decir, en lugar de los primogénitos de Israel 19. El ángel pasó por alto las casas en las jambas de cuyas puertas goteaba la sangre del cordero pascual. También nosotros hemos sido rescatados a gran precio.

El cordero sacrificado es para nosotros Cristo. Se hizo semejante al cordero pascual en Egipto 20. Este cordero es sin defecto ni tacha: «sin defecto» se dice de víctima material irreprochable; «sin tacha» se refiere a una cualidad espiritual y moral del hombre. Así la imagen del «cordero sin defecto ni tacha» aparece bajo una doble luz: hace pensar en la figura, el cordero pascual, y también en la calidad espiritual y moral del Crucificado. Irradia toda la belleza corporal y espiritual del Hijo del hombre. Lo que sigue a la palabra «sabiendo» viene a ser cada vez más la razón más profunda del comportamiento en temor de Dios; cada vez, en efecto, se hace visible con más claridad la tremenda prueba de amor por parte de Dios.

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19. Cf. Ex 13,1s.15; Exo 4:22; Hab 11:28.

20. Cf. Joh 19:33-36; Exo 12:46

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20 ...reconocido desde antes de la creación del mundo y manifestado en estos últimos tiempos en atención a vosotros, 21 los que por él creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Cristo viene a centrarse todavía más en el campo de nuestras meditaciones. Después de haber hablado de la pasión sangrienta le urge a Pedro hablar también de la resurrección. Cristo en su pasión, y a través de este su sufrimiento expiatorio vicario vino a ser el primero en la resurrección, el que precede victoriosamente a los libertados. En él se cifra la esperanza y la firme seguridad de todos. Bajo la triunfante frase final late la convicción del valor del sufrimiento vicario reconocido por primera vez por Isaías. Sólo puede conducir realmente a la esperanza, a la victoria y a la vida eterna en unión con Dios aquel que tomó sobre sí el pecado que separaba de Dios y despejó el obstáculo constituido por el pecado. Como tal, precisamente en calidad de cordero de Dios, había sido previsto, «reconocido» de antemano Cristo desde toda la eternidad, y manifestado al cumplirse los tiempos, cuando el Bautista dijo de él: «éste es el cordero de Dios» (Joh 1:29.36).

Dios se manifestó en atención a vosotros. Las comunidades cristianas entendían entonces exactamente este «en atención a vosotros», y todavía hoy confiesa la Iglesia apostólica: «Que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo... y por nuestra causa fue crucificado...» Cristo vino a ser para el hombre la posibilidad de llegar a la unión con Dios. «Por él» se realizó la salvación: aquí «por» indica tanto el camino del Padre y al Padre (como una puerta), como también la cooperación activa de Cristo. La historia entera de la salvación es referida a Cristo. La posición singular del Padre que «resucitó» y «dio gloria», tan enérgicamente subrayada en esta carta, no merma la posición central y regia de Cristo, del Cordero «degollado», al que rinden homenaje las multitudes (Rev 5:12).

4. CUARTA RECOMENDACIÓN: AMAOS UNOS A OTROS (1/22-25).

22 Después que os habéis purificado con la obediencia a la verdad ordenada a un sincero amor fraterno, amaos de corazón unos a otros intensamente.

La idea de la obediencia, tan decisiva para Pedro, vuelve a aparecer aquí, descrita más en concreto como obediencia a la verdad. El sentido de esta frase es sencillo: en verdadera obediencia 21. Con esto se da a entender un obedecer y un prestar oído a Dios, auténtico y sincero, una vida en que se toman en serio los mandamientos de Dios. La profesión de obediencia en el bautismo no era sino la expresión exterior de esta actitud interior, fundamental que se manifestaba en las obras.

Anteriormente se recomendó la obediencia en la vida cotidiana como el camino mejor y más sencillo para la santificación (Rev 1:14-16). Aquí se dan ya por supuestas estas fatigas de la propia santificación. Pedro escribe: Después que os habéis purificado (de modo que ahora estáis ya purificados). Sigue manteniéndose en el marco de su gran comparación, en la que se contempla la vida de los cristianos como el verdadero éxodo de Egipto. Aquí la palabra «purificar» hace pensar en la purificación ritual del pueblo de Dios antes de su gran hora decisiva junto al Sinaí. De él se refiere que al pie del monte de Dios se purificó, se santificó y se preparó para el encuentro con Yahveh.

La vida conforme al modelo de Cristo, que ve y afronta las dificultades precisamente como voluntad de Dios, es para el cristiano esa purificación y santificación que el Israel del Antiguo Testamento procuraba lograr en el Sinaí con lavatorios y privaciones. Esto significa con frecuencia renuncia y abnegación...

Pero esta purificación se efectúa en «sincero amor fraterno». éste es, en efecto, como la primera voluntad de Dios. El que se ha hecho obediente y avanza por el camino de la santificación, reconoce que todo obrar desemboca en el amor. Cuanto más se vacía uno de sí mismo en la renuncia y la privación, tanto más libre se hace para el amor fraterno. Por eso se dice aquí: los cristianos deben amarse unos a otros intensamente, entrañablemente, amarse con un amor intenso y constante, que esté fundado en el amor de Dios. Tan infatigable y tan poco sujeto a desilusiones como nuestra oración debe ser también nuestro amor.

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21. Cf. 2Pe 2:2; «El camino de la verdad» = el verdadero camino = la verdadera practica de la religión.

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23 Habéis sido reengendrados, no de una semilla corruptible, sino incorruptible, mediante la palabra viva y eterna de Dios. 24 Porque: «Toda carne es como heno y toda gloria como flor de heno. Secóse el heno y se cayó la flor, 25 mas la palabra del Señor permanece siempre.» Esta es la palabra evangelizada a vosotros.

El presupuesto para la incorporación a la nueva familia como hermanos o hermanas es un renovado nacimiento espiritual, un nuevo empezar a vivir. Una vez se aludió ya en nuestra carta (1,3) a esta hora tan decisiva del nuevo comienzo. También el Israel veterotestamentario había pasado por tal hora, en la que le fue otorgada nueva vida por la palabra del Señor, en el Sinaí. Los antiguos comentaristas entendieron esta hora, no sólo en el sentido de gracia, en cuanto que Israel se mantuvo en vida en cada encuentro con Dios y no fue pulverizado por la fuerza y poder de Dios, sino ante todo en el sentido de que, mediante la alianza con Dios y la ley, le fue otorgada nueva vida.

La situación de los cristianos es comparable con esto. También a ellos los había interpelado Dios poderosamente, también a ellos les alcanzó su palabra cuando entraron por primera vez en contacto con Jesucristo, «palabra viva de Dios» (Heb 4:12). El encuentro del hombre con Cristo es asunto de vida y muerte, como para Israel en el Sinaí. Al que cree y se somete a la ley de Cristo se le otorga por segunda vez la vida.

Muchos textos del cristianismo primitivo muestran que no precisamente el bautismo, sino ya la primera vez que conscientemente oyeron el Evangelio, la buena nueva de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, fue concebida como regeneración o nuevo nacimiento. Aquí deben los lectores recordar la hora en que por primera vez prestaron atención a la predicación de los mensajeros de la fe y sintieron que la palabra de Dios hería su corazón. Algo de esto se verifica cada vez que prestamos atención a la palabra de salvación y la aceptamos.

El curso de las ideas en esta sección es el siguiente: Cuando oísteis hablar de Jesucristo comenzasteis a ser hombres nuevos. Entonces os esforzasteis también por llevar una vida verdaderamente cristiana y por despojaros de vuestros vicios paganos. Ahora coronad este proceso con un crecimiento en el amor cristiano. La vivencia individual del primer sí y el trabajo, distinto para cada uno, sobre su propio yo deben tener por meta la comunión en el amor, es decir, en definitiva la Iglesia.

La exhortación pasa a un anuncio jubiloso de la amplitud y profundidad de la vida con Cristo, un anuncio que nos habla de la buena nueva. La palabra de Dios procede del libro de la consolación del profeta Isaías (Isa 40:6-8). Toda carne es, en verdad, una pobre hierba flaca, pero Dios es constante y firme. Estas palabras se concluyen con una orden de Dios: Ve a la montaña y alegra a esa carne, anuncia a esa carne, anuncia a esa hierba perecedera la buena nueva. «Ahí está vuestro Dios.» Mirad, el Señor viene con poder. Pero no sólo con poder; viene también como pastor que lleva en sus propios brazos a los débiles corderos (cf. Is 40.9-11).

Y de esta palabra eterna de Dios, de esta promesa de Dios, de venir a los hombres como rey y pastor, dice nuestro versículo final: Esto se ha cumplido en vosotros. Esta es la palabra de Dios que da vida, esta es la palabra que se os ha evangelizado como buena nueva.


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Reina-Valera 1960 (RVR1960)

Copyright © 1960 by American Bible Society

Comentarios de la Version Serafin Ausejo

Copyright © Serafín de Ausejo 1975.

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