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1 Samuel 1 - Comentario Bíblico de Matthew Henry

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1 Samuel 1

Ana pide un hijo

1 En la sierras de Efraín vivía un hombre zufita de Ramatayin. Su nombre era Elcaná, hijo de Jeroán, nieto de Eliú y bisnieto de Tohu. Tohu era hijo de Zuf, de la tribu de Efraín.

2 Elcaná tenía dos esposas. Una se llamaba Ana, y la otra Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no.

3 Cada año Elcaná viajaba de su pueblo hasta Siló para adorar al SEÑOR Todopoderoso y ofrecerle sacrificios allí. Ofni y Finés, hijos de Elí, servían como sacerdotes del SEÑOR en Siló.

4 Cuando Elcaná ofrecía sacrificios, le daba una parte de los alimentos a su esposa Penina y a cada uno de sus hijos,

5 pero siempre le daba la misma cantidad a Ana porque era la esposa que él amaba, aunque el SEÑOR no le había dado hijos a Ana.

6 Penina siempre molestaba a Ana y la hacía sentir mal porque el SEÑOR no le permitía tener hijos.

7 Cada año sucedía lo mismo cuando la familia iba al santuario del SEÑOR en Siló. Un día Elcaná estaba ofreciendo sacrificios, pero Ana no comía nada en la fiesta porque estaba molesta, y lloraba.

8 Elcaná, su esposo, le dijo: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no quieres comer? ¿Por qué estás triste? Me tienes a mí, yo soy tu esposo. Deberías pensar que yo soy mejor que diez hijos».

9 Después de comer, Ana se levantó calladamente y se fue a orar al santuario. El sacerdote Elí estaba sentado en una silla cerca de la puerta del santuario del SEÑOR.

10 Ana estaba muy triste y lloraba mucho mientras oraba al SEÑOR.

11 Le hizo una promesa a Dios: «SEÑOR Todopoderoso, mira lo triste que estoy. ¡Acuérdate de mí! No me olvides. Si me concedes un hijo, te lo entregaré a ti. Será un nazareo: no beberá vino ni bebidas embriagantes, y nunca se cortará el cabello».

12 Ana oró al SEÑOR durante largo rato. Elí observaba los labios de Ana mientras ella oraba.

13 Ella oraba de corazón. Aunque sus labios se movían, no pronunciaban las palabras en voz alta. Así que Elí pensó que Ana estaba borracha,

14 y le dijo: —¡Has tomado demasiado! Es hora de guardar el vino.

15 Ana contestó: —Señor, no he tomado vino ni cerveza. Estoy muy afligida y le estaba contando mis problemas al SEÑOR.

16 No piense que soy una mala mujer. He estado orando todo este tiempo porque estoy muy triste por tantos problemas.

17 Elí contestó: —Ve en paz. Que el Dios de Israel te dé lo que pediste.

18 Ana dijo: —Espero que usted tenga un buen concepto de mí. Luego Ana se fue, comió algo y se sintió mejor.

19 Temprano, a la mañana siguiente, la familia de Elcaná se levantó, adoraron al SEÑOR y luego regresaron a su pueblo de Ramá. Elcaná tuvo relaciones sexuales con su esposa Ana, y el SEÑOR se acordó de Ana.

Nacimiento de Samuel

20 Ella concibió y para esas fechas al año siguiente, dio a luz un hijo. Ana le puso por nombre Samuel, pues dijo: «Su nombre es Samuel porque se lo pedí al SEÑOR».

21 Ese año Elcaná fue a Siló con su familia para ofrecer sacrificios y cumplir las promesas que le había hecho al SEÑOR.

22 Pero Ana no lo acompañó, sino que le dijo: —No iré a Siló hasta que el niño tenga la edad suficiente para comer alimento sólido. Entonces se lo entregaré al SEÑOR, será un nazareo y se quedará en Siló.

23 El esposo de Ana le dijo: —Haz lo que te parezca mejor. Te puedes quedar en casa hasta que el niño tenga la edad suficiente para comer alimento sólido. Que el SEÑOR haga lo que has dicho. Así que Ana se quedó en casa para criar a su hijo hasta que tuviera la edad suficiente para comer alimento sólido.

24 Cuando el niño tenía la edad suficiente para comer alimento sólido, Ana lo llevó al santuario del SEÑOR en Siló. También llevó un becerro de tres años, 20 kilos de harina y una botella de vino.

25 Se presentaron ante el Señor. Elcaná mató el becerro como sacrificio al Señor, como de costumbre. Luego Ana entregó el niño a Elí,

26 y le dijo: —Perdón, señor, yo soy la misma mujer que usted vio orar al SEÑOR. Le aseguro que lo que digo es cierto.

27 Oré por este hijo, y el SEÑOR contestó mi oración, dándomelo.

28 Ahora se lo entrego al SEÑOR, y él servirá al SEÑOR toda su vida. Entonces Ana dejó ahí al niño y adoró al SEÑOR.

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1 Samuel 1

1 Samuel 1:1-8

1-8 Elcana continuaba asistiendo al altar de Dios, a pesar de las desafortunadas diferencias en su familia. Si las devociones de una familia no logran poner fin a sus divisiones, que las divisiones no detengan las devociones. Disminuir nuestro amor legítimo hacia algún familiar por una dolencia que no pueden evitar, y que es su aflicción, equivale a enfrentar la providencia de Dios con su precepto y añadir aflicción de manera muy desconsiderada a los afligidos. Es evidencia de una disposición vil deleitarse en entristecer a aquellos que ya están afligidos y molestar a aquellos propensos a la irritación y la incomodidad. Debemos cargar con las cargas de los demás, no aumentarlas. Ana no pudo soportar la provocación. Aquellos que tienen un espíritu propenso a la irritación y tienden a tomarse demasiado a pecho las provocaciones, son enemigos de sí mismos y se privan de muchos consuelos tanto en la vida como en la piedad. Debemos notar los consuelos para evitar afligirnos por las adversidades. Debemos contemplar lo que está a nuestro favor, así como lo que está en nuestra contra.

1 Samuel 1:9-18

9-18 Ana mezcló lágrimas con sus oraciones; consideraba la misericordia de nuestro Dios, quien conoce el alma atribulada. Dios nos permite, en la oración, no solo pedir cosas buenas en general, sino mencionar aquello particular que más necesitamos y deseamos. Habló en voz baja, nadie podía oírla. Con esto, daba testimonio de su creencia en el conocimiento que Dios tiene del corazón y sus deseos. Elí era el sumo sacerdote y juez en Israel. No nos corresponde ser precipitados y apresurados en juzgar a los demás, y considerar a las personas culpables de malas acciones cuando el asunto es dudoso y no está probado. Ana no devolvió el cargo ni reprochó a Elí por la conducta perversa de sus propios hijos. Cuando somos injustamente censurados, necesitamos poner un doble cuidado en nuestra lengua, para no devolver censuras por censuras. Ana consideró suficiente aclarar su situación, y así debemos hacerlo. Elí estuvo dispuesto a reconocer su error. Ana se fue con satisfacción en su corazón. Había encomendado su caso a Dios a través de la oración, y Elí había orado por ella. La oración es consuelo para el alma piadosa. La oración suavizará el semblante; así debería ser. Aquellos que usan correctamente el privilegio de acudir al trono de gracia de un Dios reconciliado en Cristo Jesús, no permanecerán miserablemente por mucho tiempo.

1 Samuel 1:19-28

19-28 Elcaná y su familia tenían un viaje por delante y varios hijos que llevar consigo, pero no se marcharon sin antes adorar a Dios juntos. La oración y la provisión no impiden un viaje. Cuando las personas tienen tanta prisa por emprender viajes o ocuparse en sus negocios que no tienen tiempo para adorar a Dios, es probable que avancen sin su presencia y bendición. Aunque Ana sentía un cálido afecto por los atrios de la casa de Dios, pidió quedarse en casa. Dios quiere misericordia y no sacrificios. Aquellos que se ven impedidos de asistir a las ordenanzas públicas debido al cuidado y crianza de sus hijos pequeños pueden encontrar consuelo en este ejemplo y creer que si cumplen con su deber con el espíritu adecuado, Dios los aceptará con gracia. Ana presentó a su hijo al Señor con un agradecido reconocimiento de su bondad en respuesta a la oración. Todo lo que le damos a Dios es algo que primero le hemos pedido y recibido de él. Todos nuestros dones para él fueron primero sus dones para nosotros. El niño Samuel mostró desde temprano una verdadera piedad. A los niños pequeños se les debe enseñar a adorar a Dios desde muy temprana edad. Sus padres deben instruirlos en ello, llevarlos a hacerlo y animarlos a que lo hagan lo mejor posible; Dios los aceptará con gracia y les enseñará a hacerlo mejor.


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La Palabra de Dios para todos

Palabra de Dios para Todos (PDT) © 2005, 2008, 2012 Centro Mundial de Traducción de La Biblia © 2005, 2008, 2012 World Bible Translation Center

Comentario Bíblico de Matthew Henry

Autor: Matthew Henry, Traducido al castellano por Francisco la Cueva, Copyright © Spanish House Ministries | Unilit

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