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Jeremías 11 - Comentario Bíblico de Matthew Henry

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Jeremías 11

1 Palabra que dirigió Yahvé a Jeremías, diciendo:

2 Oíd las palabras de esta alianza y comunicádselas a los varones de Judá y a los moradores de Jerusalén.

3 Decidles: Así habla Yahvé, Dios de Israel: Maldito el varón que desoiga las palabras de esta alianza,

4 que ordené a vuestros padres al tiempo de sacarlos de la tierra de Egipto, del horno de hierro, diciendo: Oíd mi voz y obrad según todo lo que os mando, y seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios,

5 para que yo mantenga el juramento que hice a vuestros padres de darles una tierra que mana leche y miel, como (es) el día de hoy. Yo respondí diciendo: Así sea, ¡oh Yahvé!

6 Y me dijo Yahvé: Anuncia todas estas palabras en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, diciendo: Escuchad las palabras de esta alianza y cumplidlas,

7 pues con insistencia he amonestado a vuestros padres desde el día que os hice subir de la tierra de Egipto hasta hoy, y con toda diligencia les amonesté, diciendo: Escuchad mi voz.

8 Pero ellos no me escucharon, no me dieron oídos, y se fueron todos en pos de la dureza de su perverso corazón, e hice venir sobre ellos todas las palabras de esta alianza que les mandé cumplir y cumplieron.

9 Y me dijo Yahvé: Se han confabulado los varones de Judá y los moradores de Jerusalén.

10 Han vuelto a las iniquidades de sus primeros padres, que rehusaron oír mis palabras, y se han ido tras dioses ajenos para servirles. La casa de Israel y la de Judá han roto el pacto que hice con sus padres,

11 Por eso dice Yahvé: He aquí que traeré sobre ellos males de que no podrán librarse, y clamarán a mí, y no les oiré;'

12 e irán las ciudades de Judá y los habitantes de Jerusalén y clamarán a los dioses a quienes ellos sacrifican, y no los salvarán en el tiempo de su tribulación.

13 Porque cuantas son tus ciudades, tantos son tus dioses, Judá, y cuantas son las calles de Jerusalén, tantos fueron los altares alzados a la “ignominia,” altares para quemar incienso a Baal.

14 Y tú no me supliques por este pueblo y no eleves por ellos clamor ni oración, porque no oiré cuando ellos clamen a mí al tiempo de su aflicción.

15 ¿Qué tiene que hacer mi amado en mi casa, mientras comete iniquidades? ¿Es que los sacrificios y las carnes santificadas apartarán de ti tu maldad, de que te alegrabas?

16 “Olivo verde y hermoso, de magníficos frutos,” te había puesto Yahvé por nombre. Con gran estrépito, prendió fuego en él y se quemaron sus ramas.

17 Y Yahvé de los ejércitos, que te plantó, ha decretado la desgracia contra ti por los crímenes de la casa de Israel y de la casa de Judá, que han cometido para irritarme, ofreciendo incienso a Baal.

18 Yahvé me lo ha dado a conocer y yo lo he entendido. Entonces me hiciste ver sus acciones.

19 Estaba como manso cordero que sin saberlo era llevado a degollar, pues habían tramado contra mí una conjura, (diciendo): Destruyamos el árbol con su vigor y extirpémoslo de la tierra de los vivos, y no se hará más memoria de su nombre.

20 Mas ¡oh Yahvé de los ejércitos, juez justo, que escudriñas los ríñones y el corazón! que vea yo en ellos tu venganza, pues a ti te he confiado yo mi causa.

21 Por eso, así dice Yahvé contra los hombres de Anatot, que buscan tu vida, diciendo: No profetices en nombre de Yahvé si no quieres morir a nuestras manos.

22 Por eso así dice Yahvé de los ejércitos: He aquí que les voy a pedir cuentas. Los jóvenes morirán al filo de la espada; sus hijos y sus hijas morirán de hambre.'

23 Y no quedará superviviente entre ellos, porque yo traeré la desdicha sobre los hombres de Anatot en el año de su castigo.

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Jeremías 11

Jeremias 11 - Introducción

* Los judíos desobedientes reprendieron. (1-10) Su completa ruina. (11-17) las personas serían destruidas si buscaban la vida del profeta. (18-23)

Jeremias 11:1-10

1-10 Dios nunca prometió otorgar bendiciones a sus criaturas racionales, mientras persisten en la desobediencia voluntaria. El perdón y la aceptación se prometen libremente a todos los creyentes; pero ningún hombre puede ser salvo si no obedece el mandato de Dios de arrepentirse, creer en Cristo, separarse del pecado y del mundo, elegir la abnegación y la novedad de la vida. En general, los hombres escucharán a quienes hablan de doctrinas, promesas y privilegios; pero cuando se mencionan los deberes, no doblarán la oreja.

Jeremias 11:11-17

11-17 El mal persigue a los pecadores y los enreda en lazos, de los cuales no pueden liberarse. Ahora, en su angustia, sus muchos dioses y sus altares no les sirven de nada. Y aquellos cuyas propias oraciones no serán escuchadas, no pueden esperar el beneficio de las oraciones de los demás. Su profesión de religión será inútil. Cuando surgieron problemas, hicieron de esto su confianza, pero Dios lo ha rechazado. Su altar no les dará satisfacción. El recuerdo de los favores anteriores de Dios para ellos no será un consuelo bajo los problemas; y su recuerdo de ellos no será argumento para su alivio. Todo pecado contra el Señor es un pecado contra nosotros mismos, por lo que se encontrará tarde o temprano.

Jeremias 11:18-23

18-23 El profeta Jeremías dice mucho acerca de sí mismo, los tiempos en que vivió fueron muy problemáticos. Los de su propia ciudad tramaron cómo podrían causar su muerte. Pensaron terminar sus días, pero sobrevivió a la mayoría de sus enemigos; pensaron destruir su memoria, pero vive hasta el día de hoy, y serán bendecidos mientras dure el tiempo. Dios conoce todos los diseños secretos de sus enemigos y los de su pueblo, y puede, cuando lo desee, darlos a conocer. La justicia de Dios es un terror para los impíos, pero un consuelo para los piadosos. Cuando somos perjudicados, tenemos un Dios con quien comprometer nuestra causa, y es nuestro deber encomendarlo a él. También debemos mirar bien a nuestros propios espíritus, para que no seamos vencidos por el mal, sino que por la continua paciencia en la oración por nuestros enemigos, y en la bondad hacia ellos, podamos vencer el mal con el bien.


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Biblia Nácar-Colunga

Alberto Colunga Cueto, y Eloíno Nácar Fúster. 1944©

Comentario Bíblico de Matthew Henry

Autor: Matthew Henry, Traducido al castellano por Francisco la Cueva, Copyright © Spanish House Ministries | Unilit

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