Deuteronomio 9 - Comentario Bíblico de Matthew HenryDeuteronomio 9El mérito no es de Israel, sino del Señor1 »Escuchen, israelitas: ha llegado el momento de que crucen ustedes el Jordán y se lancen a la conquista de naciones más grandes y poderosas que ustedes, y de grandes ciudades rodeadas de murallas muy altas; 2 sus habitantes son grandes y altos como los descendientes del gigante Anac, y ya ustedes conocen el dicho: “¿Quién puede hacer frente a los descendientes del gigante Anac?” 3 »Ahora pues, deben saber que el Señor su Dios es el que marcha al frente de ustedes, y que es como un fuego devorador que ante ustedes destruirá y humillará a esas naciones. Ustedes los desalojarán y los destruirán en un abrir y cerrar de ojos, tal como el Señor se lo ha prometido. 4 Cuando el Señor su Dios los haya arrojado de la presencia de ustedes, no se digan a sí mismos: “Gracias a nuestros méritos, el Señor nos ha dado posesión de este país”; pues si el Señor los expulsa, es por causa de la maldad de ellos. 5 No, no es por los méritos ni por la bondad de ustedes por lo que van a tomar posesión de su país; el Señor los arroja de la presencia de ustedes a causa de la maldad de ellos y para cumplir la promesa que hizo a Abraham, Isaac y Jacob, antepasados de ustedes. 6 Han de saber que no es debido a los méritos de ustedes por lo que el Señor su Dios les da la posesión de esa buena tierra, pues ustedes son un pueblo muy terco. (Ex 31.18—32.35) Rebelión de Israel en el monte Horeb7 »Nunca deben ustedes olvidar que han contrariado al Señor su Dios en el desierto. Desde que salieron de Egipto y hasta que llegaron a este lugar, siempre le han sido rebeldes. 8 Ya en el monte Horeb hicieron enojar al Señor, y tanto se enojó él contra ustedes que estuvo a punto de destruirlos. 9 Yo subí al monte para recoger las tablas de piedra, las tablas de la alianza que el Señor había hecho con ustedes, y me quedé allí cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber. 10 El Señor me dio entonces las dos tablas de piedra, escritas por él mismo, que contenían todas las palabras que él les había dicho en el monte, de en medio del fuego, el día en que todos nos reunimos. 11 Pasados esos cuarenta días y cuarenta noches, el Señor me dio las dos tablas de piedra, las tablas de la alianza, 12 y me dijo: “Anda, baja pronto de aquí, porque el pueblo que sacaste de Egipto se ha descarriado. Muy pronto han dejado de cumplir lo que yo les ordené, y se han hecho un ídolo de metal fundido.” 13 »El Señor también me dijo: “Ya he visto que este pueblo es muy terco. 14 Quítate de mi camino, que voy a destruirlos y a borrar de la tierra su memoria; pero de ti haré una nación más fuerte y numerosa que ellos.” 15 »Cuando bajé del monte, el cual estaba ardiendo, traía yo en mis manos las dos tablas de la alianza. 16 Pero al ver que ustedes habían pecado contra el Señor, y que se habían hecho un becerro de metal fundido, abandonando así el camino que el Señor les había ordenado seguir, 17 arrojé las dos tablas que traía en las manos, y las hice pedazos delante de ustedes. 18 Después me arrodillé delante del Señor y, tal como ya lo había hecho antes, estuve cuarenta días y cuarenta noches sin comer ni beber nada, por causa del pecado que ustedes habían cometido, con lo que ofendieron al Señor y provocaron su ira. 19 Yo estaba asustado del enojo y furor que el Señor manifestó contra ustedes, hasta el punto de querer destruirlos; pero una vez más el Señor me escuchó. 20 También estaba el Señor muy enojado contra Aarón, y quería destruirlo, pero yo intervine en favor de él; 21 luego agarré el becerro que ustedes se habían hecho y con el cual pecaron, y lo arrojé al fuego, y después de molerlo hasta convertirlo en polvo, lo eché al arroyo que baja del monte. 22 »También en Taberá, en Masá y en Quibrot-hataavá, provocaron ustedes la ira del Señor. 23 Y cuando el Señor les ordenó partir de Cadés-barnea para ir a tomar posesión del país que él les había dado, también se opusieron a su mandato y no tuvieron fe en él ni quisieron obedecerlo. 24 ¡Desde que yo los conozco, ustedes han sido rebeldes al Señor! 25 Como el Señor había amenazado con destruirlos, yo me quedé arrodillado delante del Señor durante cuarenta días y cuarenta noches, 26 y con ruegos le dije: “Señor, no destruyas a este pueblo, que es tuyo, que tú liberaste con tu grandeza y sacaste de Egipto con gran poder. 27 Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob. No tengas en cuenta la terquedad de este pueblo, ni su maldad y pecado, 28 para que no se diga en el país del que nos sacaste: El Señor no pudo hacerlos entrar en el país que les había prometido, y como los odiaba, los hizo salir de aquí para hacerlos morir en el desierto. 29 Pero ellos son tu pueblo, son tuyos; tú los sacaste de Egipto con gran despliegue de poder.” Deuteronomio 9Deuteronomio 9 - Introducción* Los israelitas no deben pensar que su éxito vino por su propia valía. (1-6) Moisés les recuerda a los israelitas sus rebeliones. (7-29) Deuteronomio 9:1-61-6 Moisés representa la fuerza de los enemigos que ahora debían encontrar. Esto fue para llevarlos a Dios y comprometer su esperanza en él. Les asegura la victoria, por la presencia de Dios con ellos. Les advierte que no tengan el menor pensamiento de su propia justicia, como si eso obtuviera este favor de la mano de Dios. En Cristo tenemos justicia y fortaleza; en Él debemos gloriarnos, no en nosotros mismos, ni en cualquier suficiencia propia. Es por la maldad de estas naciones que Dios las expulsa. Todos aquellos a quienes Dios rechaza, son rechazados por su propia maldad; pero ninguno de los que acepta son aceptados por su propia justicia. Por lo tanto, la jactancia se acaba para siempre: ver Efesios 2:9; Efesios 2:11; Efesios 2:12. Deuteronomio 9:7-297-29 Para que los israelitas no pretendan pensar que Dios los trajo a Canaán por su justicia, Moisés muestra el milagro de la misericordia que fue que no hubieran sido destruidos en el desierto. A menudo nos conviene recordar contra nosotros mismos, con pena y vergüenza, nuestros pecados anteriores; para que podamos ver cuánto estamos en deuda con la gracia libre, y humildemente admitir que nunca merecimos nada más que ira y la maldición de la mano de Dios. Porque tan fuerte es nuestra propensión al orgullo, que se arrastrará bajo una u otra pretensión. Estamos listos para imaginar que nuestra justicia nos ha dado el favor especial del Señor, aunque en realidad nuestra maldad es más clara que nuestra debilidad. Pero cuando se revele la historia secreta de la vida de cada hombre en el día del juicio, todo el mundo será probado culpable ante Dios. En la actualidad, se ruega por nosotros ante el propiciatorio, que no solo ayunó, sino que murió en la cruz por nuestros pecados; a través de los cuales podemos acercarnos, aunque pecadores autodenominados, y suplicar por misericordia inmerecida y por la vida eterna, como el don de Dios en Él. Remitamos toda la victoria, toda la gloria y todas las alabanzas, a Aquel que solo trae salvación. |
Dios habla hoy ®, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1966, 1970, 1979, 1983, 1996.
Autor: Matthew Henry, Traducido al castellano por Francisco la Cueva, Copyright © Spanish House Ministries | Unilit