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1 Corintios 6 - Comentario Bíblico Mundo Hispano

1 Corintios 6

3. Consagrar el cuerpo a Dios, 6:12-20

Con esta sección el Apóstol vuelve al tema de la conducta sexual. Está de por medio la cuestión de la libertad cristiana que Pablo mismo valoraba tanto. Entre algunos de los creyentes corintios había una tendencia gnóstica en la que se afirmaba que lo material no era imperecedero, por tanto, no importaba lo que uno hiciera con ello. Este concepto despectivo de lo material es clásicamente de origen griego. Este desprecio por el cuerpo resultaba en dos reacciones dispares. Por un lado, el partido libertino abogaba porque hubiera una licencia sexual, porque total el cuerpo acabaría al finalizarse esta vida. El otro partido entre los de tendencia gnóstica abogaba a favor del ascetismo, porque había que subyugar lo material a lo espiritual. Aquí Pablo valiente e inteligentemente confronta los argumentos de los libertinos entre los corintios.

El Apóstol emplea la misma argumentación griega (la diatriba) al refutar los errores (v. 12a). Algunas versiones bíblicas ponen las palabras “Todas las cosas me son lícitas” entre comillas, ya que representan el argumento de los libertinos. Pablo da expresión al pensamiento de ellos para luego refutarlo. En cierto sentido, esto era difícil para Pablo, ya que él mismo enseñaba la libertad en Cristo, especialmente la libertad ante las reglas dietéticas. Sus enseñanzas positivas al respecto llegarían a ser usadas equivocada y engañosamente por los libertinos. En esta parte del texto el Apóstol accede a la verdad potencial respecto a la libertad, pero enseguida refuta la conversión, por parte de los corintios, de la libertad en libertinaje. Asevera que la libertad es buena, pero ésta se limita de dos maneras: (1) ¿Es mi acción libre conveniente para los que están en mi derredor? Es decir, ¿logra mi libertad el bien social? (2) ¿Es mi acción libre conveniente para mí mismo? ¿Resultará mi acción libre en mi propia esclavitud al sensualismo? En efecto, Pablo dice que si yo tengo autoridad y dominio sobre mis acciones está bien, pero si mis acciones cobran una autoridad y dominio sobre mi persona, pierdo mi libertad. Me convierto en esclavo de mis acciones. El Apóstol se niega a que esto suceda.

De nuevo Pablo cita el refrán en boga entre los libertinos (v. 13a). Con esta expresión, ellos decían que el cuerpo y todo lo pertinente a él eran religiosamente indiferentes. De nuevo, Pablo accede en parte a que la comida en sí no tiene que ver con el reino de Dios (Rom 14:17; 1Co 8:8). El problema era que los libertinos entre los corintios se basaban en esta enseñanza paulina para abogar por la licencia sexual. En efecto, ellos decían “el cuerpo para las relaciones sexuales y las relaciones sexuales para el cuerpo”. No es insignificante que el decreto del Concilio de Jerusalén (Act 15:29) y las palabras de Jesús (Apoc. 2:14) concuerden en asociar la comida con la inmoralidad. Dado que el Apóstol creía en la resurrección del cuerpo, es sorprendente que no modifique un poco sus palabras acá, pero no lo hace (v. 13b). Lo que hay que reconocer es que Pablo sí afirmaba que Dios mismo había dispuesto tanto el proceso de la digestión como la disolución del cuerpo físico en la muerte. Es importante recordar también que para Pablo el “cuerpo” es mucho más que un conjunto de tejidos corporales. Como buen judío, siguiendo el pensamiento hebreo, “cuerpo” implicaba para él toda la persona. También en la resurrección, Dios garantizaba la supervivencia de la persona con un cuerpo transformado.

La RVA acierta al iniciar un nuevo párrafo con la tercera parte del v. 13, ya que se inicia una discusión nueva sobre las convicciones del Apóstol respecto al cuerpo. Aunque es cierto que en este caso Pablo no distingue entre el cuerpo físico y el cuerpo resucitado, parece que piensa en ambos al decir que el cuerpo es para el Señor (v. 13c). Pareciera que hay una relación estrecha entre los dos, porque el trato que se le dé a uno afectará de alguna manera al otro. El cuerpo es algo que cae dentro del alcance de la obra salvadora de Cristo. Por esto es de él. No le corresponde al creyente, pues, contaminarlo en la fornicación. Cae por su propio peso la asociación que hacen los libertinos entre “el estómago” y “el cuerpo” como si fueran una misma cosa.

Con el v. 14 Pablo refuerza su rechazo de la postura de los libertinos. Estos habían despreciado el cuerpo tildándolo de algo pasajero y sin valor, por lo tanto se podía hacer lo que a uno le placiera con él. Afirmaban que debido al carácter efímero del cuerpo físico no importaba que éste se empleara en la lascivia e inmoralidad sexual. Es importante recordar que los griegos en general diferían mucho de los judíos en su concepto y apreciación del cuerpo. Para los griegos, el cuerpo era la celda en la que estaba presa el alma. El alma era inmortal y lo único que valía. Como celda e impedimento para el alma, el cuerpo era despreciado. Por ende, los griegos siempre insistían en la inmortalidad del alma y la denigración del cuerpo como algo despreciable. El Apóstol insiste, al contrario, en que el cuerpo le importa a Dios porque él promete la resurrección de éste. El que Dios hubiera resucitado a su Hijo Jesús, proveía la base y condición para que los creyentes en él también experimentaran la resurrección. Este hecho dignifica el cuerpo de tal modo que la postura de los libertinos se hace insostenible. Como se sabe (15:12), había entre los corintios algunos que no creían en la resurrección corporal de los creyentes. Lo más probable es que los libertinos se encontraban entre ellos. Acá en este texto Pablo se incluye entre los que serían resucitados en el postrer día. El hecho de que la naturaleza del cuerpo como expresión de la persona integral no sea transitoria sino que será partícipe de la resurrección, implica que los hombres no deben usarlo para la inmoralidad.

En el versículo que sigue Pablo tiende a repetir y a hacer énfasis sobre sus argumentos anteriores. Con estas palabras el Apóstol reitera que debían estar enterados de enseñanzas ya impartidas a ellos, pero se portan como si no las supieran (v. 15a). Posteriormente en la misiva Pablo va a hablar de los creyentes como a miembros del cuerpo de Cristo, o sea, la iglesia (12:12-27). En esta ocasión, no obstante, dado el tema a mano, enseña que los cristianos son miembros de Cristo mismo corporalmente (ver Rom 12:5). Como resultado del bautismo cristiano, o sea su identificación con la muerte de Cristo (Rom 6:3-7), el cuerpo del creyente (su persona) llega a formar parte del Redentor. Es inconcebible que el creyente pueda usar parte de su cuerpo (que es también parte del cuerpo de Cristo) para unirlo a una prostituta (v. 15b). El acto sexual no es sólo una función del cuerpo. Es la unión física, pero también es unión mental (v. 16). Al unirse un hombre con una prostituta se hace uno con ella (Gen 2:24). La unión es una experiencia carnal y sólo promueve la vida carnal, es decir, una vida egoísta, centrada en sí misma. La unión del creyente con Cristo es espiritual y resulta en una vida totalmente contraria, una vida altruista, centrada en el bienestar de otros (v. 17). Aparte de lo repulsivo y lo improcedente de unir una parte del cuerpo de Cristo con una ramera, Pablo reconoce que es totalmente incongruente e incompatible con la vida cristiana. Es notable que para Pablo la unión del cuerpo del creyente con una prostituta se caracterice por lo carnal. La unión del cuerpo del cristiano con Cristo resulta en lo espiritual. Lo carnal representa para Pablo no tanto el cuerpo físico, sino la naturaleza depravada del hombre, la naturaleza enemistada con Dios. Lo espiritual es para el Apóstol la unificación e identificación del propósito del hombre con el de Dios. Ser “un solo espíritu” con Cristo es la condición bajo la cual el hombre es capacitado para vivir la vida centrada en Dios y en otros. Con esta condición, instigada y hecha posible por el Espíritu de Dios, el hombre paulatinamente va asemejándose a Cristo. Llama la atención poderosamente que el contraste que hace Pablo es entre la carne y el espíritu, no entre el cuerpo y el alma. Los griegos son los que hacen una dicotomía radical entre los dos últimos. El Apóstol nunca hace que la lucha sea entre cuerpo y alma, sino entre la naturaleza carnal del hombre y su naturaleza espiritual otorgada por Dios.

Algunas versiones bíblicas traducen el verbo como “evitar” (v. 18a). Aunque este sentido puede incluirse en el significado del verbo, la idea principal es la de huir o apartarse velozmente de un mal. Con el conocimiento que Pablo tenía del AT, es del todo posible que tenga en mente la acción de José, al escaparse éste de las maliciosas tentaciones de la esposa de Potifar (Gen 39:12). Esta parte del texto (v. 18b) es difícil en su interpretación. Es obvio que hay otros pecados que afectan el cuerpo del hombre, tales como la glotonería y la embriaguez. Estos males definitivamente son medios por los cuales el hombre puede pecar contra su propio cuerpo. Pero, con todo, lo más probable es que el Apóstol esté pensando en la naturaleza particular de la inmoralidad sexual. En el acto sexual ilícito el hombre peca contra su propia persona (su cuerpo) al entregar más de la cuenta de su emoción, su mente y su voluntad a otra persona que no sea su cónyuge. Y esto en contra de la voluntad expresa de Dios. En esta unión íntima fuera de la voluntad de Dios tanto el hombre como la mujer se dañan a sí mismos. Llama poderosamente la atención, sin embargo, que el Apóstol no aborda la cuestión del valor de la mujer dentro de este contexto. Aun así, la razón principal por la que el hombre se daña a sí mismo en la unión con una prostituta (posiblemente una “sacerdotisa” del culto pagano) no es ni sicológica ni sociológica. La razón principal es teológica: al cometer la inmoralidad, el hombre niega la santidad del cuerpo para una relación posterior con Dios.

Pablo, por sexta vez en esta carta, inicia una frase con esta pregunta (v. 19). Se supone que los lectores deberían, a estas alturas, reconocer que aparentemente habían fracasado en algunas de las lecciones impartidas por el Apóstol. ¿Serían lentos para aprender? En 3:16 Pablo había hablado de la iglesia como el templo del Espíritu. Ahora, la misma metáfora es trasladada al creyente individual. Tanto la filosofía griega (el estoicismo) como algunos dentro del judaísmo contemporáneo decían que el alma era lugar de habitación del Espíritu. Pablo insiste, en cambio, que el cuerpo del creyente es donde mora el Espíritu. Esta diferencia es significativa. Uno de los estoicos del siglo I afirmaba que el Espíritu moraba en el alma del hombre por medio de la razón. El apóstol misionero, no obstante, enseñaba que el Espíritu radicaba en el cuerpo del cristiano por la gracia. Hay que recordar que para Pablo el cuerpo representaba la persona integral: su emoción, su voluntad, su intelecto. Es decir, por la redención en Cristo Jesús, el Espíritu Santo es una dádiva de Dios que radica en la totalidad de la persona creyente. Precisamente por la redención en Cristo (ver Eph 1:7; 1Pe 1:17-19), el cristiano no pertenece a sí mismo, sino a Dios. Dios lo ha comprado por la sangre de Cristo, y esto por su gracia. Por la estrecha relación entre la salvación del hombre en Cristo y el Espíritu Santo, es imposible que éste no esté presente en el creyente desde el inicio y hasta el final de su caminata con Jesús.

La figura de la restauración de un esclavo al estado de un hombre libre es prominente en el pensamiento del Apóstol (v. 20). Aunque había ejemplos de esto en la sociedad contemporánea debido a la práctica de la esclavitud que abundaba en el mundo romano, Pablo saca su punto de comparación mayormente del AT. Este abunda en sus usos del concepto del pago de un precio por la libertad del esclavo (ver Exo 6:6; Exo 13:13; Rth 4:4 ss.; Job 103:4; Isa 43:1). Acá en este contexto el Apóstol no recalca tanto el acto de la redención sino las posibilidades del redimido para servir a Dios. Ya ha sido liberado de su esclavitud al pecado, por lo tanto debe servir a Dios con todo su ser (el cuerpo) al glorificarlo. Claramente esto implica que el cuerpo liberado no debe volver a la esclavitud, con lo cual participaría en la inmoralidad sexual.

IV. PABLO DA SUS RESPUESTAS A LOS PROBLEMAS REVELADOS EN LA CARTA DE LA IGLESIA EN CORINTO,Isa 7:1—16:4





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