Rut 3:3 - Biblia Jünemann Septuaginta en español3 Pero tú te bañarás y te ungirás y te pondrás tu vestidura sobre ti; y subirás a la era; no seas conocida del varón hasta acabar él de comer y beber. Tan-awa ang kapituloDugang nga mga bersyonBiblia Reina Valera 19603 Te lavarás, pues, y te ungirás, y vistiéndote tus vestidos, irás a la era; mas no te darás a conocer al varón hasta que él haya acabado de comer y de beber. Tan-awa ang kapituloBiblia Nueva Traducción Viviente3 Mira, haz lo que te digo. Báñate, perfúmate y vístete con tu ropa más linda. Después baja al campo de trillar, pero no dejes que Booz te vea hasta que termine de comer y de beber. Tan-awa ang kapituloBiblia Católica (Latinoamericana)3 Lávate, perfúmate, vístete lo mejor que puedas y vete a su era, pero no te dejes ver hasta que haya terminado de comer y beber. Tan-awa ang kapituloLa Biblia Textual 3a Edicion3 Lávate pues, y úngete, y ponte tus mejores° vestidos, y baja a la era; pero no te des a conocer al hombre hasta que haya terminado de comer y beber. Tan-awa ang kapituloBiblia Serafín de Ausejo 19753 Lávate, pues, y perfúmate; ponte tu manto y baja a la era. No te des a conocer a él antes de que haya terminado de comer y de beber. Tan-awa ang kapitulo |
Ester ante el rey. Convida a éste y a Amán a comer con ella. Y aconteció en el día tercero, cuando cesó de orar, que se quitó las vestiduras de la servidumbre y se revistió de su gloria; y, hecha esplendorosa, invocando al de todo mirador Dios y salvador, tomó consigo las dos doncellas; y en la una se apoyaba como delicadísima, pero la otra seguía aligerando su vestimenta; y ella, sonrosada de colmo de su hermosura. Y su rostro, alegre, como amable; su corazón, empero, estrechado del temor. Y, entrando por todas las puertas, paróse delante del rey; y él estaba sentado en el trono de su reino, y de toda estola de su esplendidez revestido todo entre oro y piedras preciosas; y estaba amedrentador sobremanera. Y, alzando su semblante, encendido de gloria, en colmo de furor miró. Y cayó la reina, y demudó su color en desmayo; y reclinóse sobre la cabeza de la doncella que la precedía. Y mudó Dios el espíritu del rey en mansedumbre; y, espantado, salió de su trono, y tomóla en sus brazos hasta que se recobró. Y consolábala con palabras pacíficas, y le dijo: «¿Qué hay Ester? Yo, tu hermano; consuélate: no morirás, no. Porque el decreto es para el común de las gentes, no es para nosotros: acércate».