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Mateo 15:28 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento)

28 ―¡Mujer, qué grande es tu fe! —contestó Jesús—. Que se cumpla lo que quieres. Y desde ese mismo momento quedó sana su hija.

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Más versiones

Biblia Reina Valera 1960

28 Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

28 —Apreciada mujer —le dijo Jesús—, tu fe es grande. Se te concede lo que pides. Y al instante la hija se sanó.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

28 Entonces Jesús le dijo: 'Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo. Y en aquel momento quedó sana su hija.

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La Biblia Textual 3a Edicion

28 Entonces respondiendo Jesús, le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres. Y su hija quedó sana desde aquella hora.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

28 Entonces le dijo Jesús: '¡Mujer, qué grande es tu fe! Que te suceda como deseas'. Y en aquel mismo momento quedó curada su hija.

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Mateo 15:28
21 Referencias Cruzadas  

Luego Jesús le dijo al capitán romano: ―¡Ve! Todo se hará tal como creíste. Y en esa misma hora aquel siervo quedó sano.


―¡Hija, tu fe te ha sanado! —le dijo Jesús—. Vete en paz y queda sana de tu aflicción.


Jesús se dio vuelta, la vio y le dijo: ―¡Ánimo, hija! Tu fe te ha sanado. Y la mujer quedó sana en aquel momento.


Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían: ―Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe.


Entonces los apóstoles le dijeron al Señor: ―¡Aumenta nuestra fe!


―Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz.


Al oírlo, Jesús se asombró de él y, volviéndose a la gente que lo seguía, comentó: ―Les digo que ni siquiera en Israel he encontrado a nadie que tenga tanta fe.


Hermanos en la fe, siempre debemos dar gracias a Dios por ustedes. Y es justo hacerlo, porque su fe en Dios es cada vez más grande, y el amor que demuestran hacia otros sigue siendo mucho.


En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo reprendió: ―¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?


―Sí, Señor —respondió la mujer—, pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.


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