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Juan 1:14 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento)

14 Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, la gloria del Hijo único del Padre. Y estaba lleno de amor y de verdad.

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Más versiones

Biblia Reina Valera 1960

14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

14 Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

14 Y la Palabra se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre el Hijo único; en él todo era don amoroso y verdad.

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La Biblia Textual 3a Edicion

14 Y el Logos se hizo carne, y tabernaculizó° entre nosotros, y contemplamos su gloria (gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

14 Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros. Nosotros vimos su gloria, gloria como de Hijo único que viene del Padre, lleno de gracia y de verdad.

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Juan 1:14
60 Referencias Cruzadas  

y Jacob, padre de José, que fue el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo.


Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.


Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.


Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño. Sin embargo, lograron dominar el sueño, y vieron la gloria de Jesús y a los dos personajes que estaban con él.


En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.


―¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios? —le contestó Jesús.


―Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.


Jesús le contestó: ―¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre”?


Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno.


»Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean la gloria que me diste porque me has amado desde antes de la creación del mundo.


―¡Así que eres rey! —le dijo Pilato. Jesús le contestó: ―Yo soy rey, tal como tú lo has dicho. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz.


Esta, la primera de sus señales milagrosas, la hizo Jesús en Caná de Galilea. Así reveló su gloria, y sus discípulos creyeron en él.


»Pues tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.


El que cree en él no es condenado. Pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo único de Dios.


Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Este pan es mi carne, que daré para que el mundo viva.


Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.


Y él ha cumplido esa promesa con nosotros, que somos sus descendientes. La cumplió al resucitar a Jesús. Como está escrito en el segundo salmo: »“Tú eres mi Hijo; hoy mismo me he convertido en tu Padre”.


La Ley no pudo liberarnos, porque nuestro pecado eliminó su poder. Por eso Dios envió a su propio Hijo en un cuerpo semejante al de nosotros los pecadores. Lo envió para que se ofreciera en sacrificio por el pecado, y de esa manera le quitó al pecado su poder.


Ellos son el pueblo de nuestros antepasados. Cristo, como ser humano, nació de padres israelitas, pero él es Dios y gobierna sobre todas las cosas. ¡Alabado sea por siempre! Amén.


El primer hombre fue creado a partir del polvo de la tierra. El segundo hombre vino del cielo.


Pero él me dijo: «Mi amor es todo lo que tú necesitas, porque mi poder se hace más presente en tu debilidad». Por lo tanto, prefiero sentirme orgulloso de mis debilidades para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.


Pero, cuando llegó la fecha indicada, Dios envió a su Hijo, quien nació de una mujer y bajo la autoridad de la Ley.


Yo soy el más insignificante de todos los creyentes. Sin embargo, recibí este privilegio inmerecido de predicar a las naciones acerca de las incontables bendiciones que Cristo nos puede dar.


Dios quiso poner en él todo su poder,


en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.


En Cristo está presente todo el poder de Dios.


No hay duda de que son grandes las verdades de nuestra fe: Cristo se presentó como hombre; fue declarado justo por el Espíritu, visto por los ángeles, y anunciado entre las naciones. El mundo ha creído en él, y Dios lo recibió con gloria.


El Hijo refleja el brillo de la gloria de Dios. Es la fiel imagen de lo que Dios es. Él es quien mantiene el universo en existencia, por medio del poder de su palabra. Después de morir para perdonarnos nuestros pecados, subió al cielo y se sentó a la derecha del trono majestuoso de Dios.


Porque, Dios jamás le ha dicho a un ángel lo siguiente: «Tú eres mi Hijo; hoy mismo me he convertido en tu Padre». Y, en otro lugar de las Escrituras, dice: «Yo seré su Padre, y él será mi Hijo».


Por eso, al venir a este mundo, Cristo le dijo a Dios: «No has querido sacrificios ni ofrendas, sino que me has preparado un cuerpo.


Cristo nos hace santos ante Dios, y tanto él como nosotros tenemos un mismo Padre. Por eso, Cristo no se avergüenza de llamarnos hermanos


Tampoco Cristo buscó el honor de ser sumo sacerdote. Fue Dios quien le dijo: «Tú eres mi Hijo; hoy mismo me he convertido en tu Padre».


Nosotros hemos visto que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo, y por eso lo anunciamos.


Así demostró Dios su amor por nosotros: en que envió a su Hijo único al mundo para que por medio de él tengamos vida eterna.


Por el mundo han salido muchos engañadores que no reconocen que Jesucristo ha venido como verdadero hombre. El que así actúa es el engañador y el anticristo, es decir, el enemigo de Cristo.


Estaba vestido con un manto teñido en sangre, y su nombre era «El Verbo de Dios».


Oí una fuerte voz que venía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está el lugar donde habita Dios! Él vivirá en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios.


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