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Lucas 1:35 - Biblia Nueva Versión Internacional 2022

35 Y el ángel dijo: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios.

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Más versiones

Biblia Reina Valera 1960

35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

35 El ángel le contestó: —El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por lo tanto, el bebé que nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

35 Contestó el ángel: 'El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.

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La Biblia Textual 3a Edicion

35 Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo nacido será llamado Santo, Hijo de Dios.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

35 El ángel le respondió: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolverá en su sombra; por eso, el que nacerá será santo, será llamado Hijo de Dios.

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Biblia Reina Valera Gómez (2023)

35 Y respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también lo Santo que de ti nacerá, será llamado el Hijo de Dios.

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Lucas 1:35
26 Referencias Cruzadas  

¿Quién de la inmundicia puede sacar pureza? ¡No hay nadie que pueda hacerlo!


¡cuánto menos confiará en el hombre, que es vil y corrupto y tiene sed del mal!


¿Cómo puede una persona declararse justo ante Dios? ¿Cómo puede alegar pureza quien ha nacido de mujer?


Yo proclamaré el decreto del Señor: «Tú eres mi hijo», me ha dicho, «hoy mismo te he engendrado.


Yo sé que soy pecador de nacimiento; pecador, desde que me concibió mi madre.


El nacimiento de Jesucristo fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José; pero, antes de unirse a él, resultó que estaba embarazada por el poder del Espíritu Santo.


Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por el poder del Espíritu Santo.


Los que estaban en la barca lo adoraron diciendo: —Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.


Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron: —¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!


El tentador se acercó y le propuso: —Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan.


Comienzo del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios.


—¿Por qué te entrometes, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!


a visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María.


—¿Cómo podrá suceder esto —preguntó María al ángel—, puesto que soy virgen?


También tu parienta Elisabet va a tener un hijo en su vejez; de hecho, la que decían que era estéril ya está en el sexto mes de embarazo.


Yo lo he visto y por eso testifico que este es el Hijo de Dios».


—Rabí, ¡tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! —declaró Natanael.


Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.


Mientras iban por el camino, llegaron a un lugar donde había agua y el eunuco dijo: —Mire usted, aquí hay agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?


pero según el Espíritu de santidad, fue designado con poder Hijo de Dios por la resurrección. Él es Jesucristo nuestro Señor.


He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.


En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza merecedores de la ira de Dios.


Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado.


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