Fijaos en los frutos que esta tristeza querida por Dios ha producido en vosotros; ¡qué manera de tomar la cosa a pecho, de presentar excusas, de sentiros indignados por lo sucedido y al mismo tiempo acobardados! ¡Qué añoranza por verme, qué preocupación por resolver el asunto, qué impaciencia por hacer justicia! Habéis demostrado, hasta donde es posible, que no tenéis culpa en ese asunto.