La palabra del rey tiene autoridad final, y nadie puede pedirle cuenta de sus actos.
Pues la palabra del rey es con potestad, ¿y quién le dirá: Qué haces?
Sus órdenes tienen el respaldo de su gran poder. Nadie puede oponerse ni cuestionarlas.
El rey hablará, ¡y punto! Nadie le dirá: '¿Qué haces?'
Y la palabra del rey es soberana. ¿Quién le pedirá cuenta de lo que hace?
Porque la palabra del rey es decisiva, y nadie le dirá: '¿Qué estás haciendo?'.