Hebreos 12:22 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento) En cambio, ustedes se han acercado al monte Sion. Es decir, a la Jerusalén del cielo, la ciudad del Dios viviente. Se han acercado a una inmensa multitud de ángeles llenos de gozo. Más versionesBiblia Reina Valera 1960 sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, Biblia Nueva Traducción Viviente En cambio, ustedes han llegado al monte Sion, a la ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, y a incontables miles de ángeles que se han reunido llenos de gozo. Biblia Católica (Latinoamericana) Ustedes, en cambio, se han acercado al cerro de Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial con sus innumerables ángeles, La Biblia Textual 3a Edicion Sino que os habéis acercado al monte Sión, y a la ciudad del Dios vivo: a Jerusalem la celestial, y a las miríadas de ángeles, Biblia Serafín de Ausejo 1975 Pero vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén de arriba, a millares de ángeles, a una reunión plena, Biblia Reina Valera Gómez (2023) sino que os habéis acercado al monte de Sión, y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a una compañía innumerable de ángeles, |
ni por la tierra, porque es el lugar donde pone sus pies. Ni siquiera juren por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.
Cuando eso suceda, todo Israel será salvo, como dicen las Escrituras: «El Libertador vendrá de Sion y apartará de Jacob la maldad.
«Y sucederá que en el mismo lugar donde se les dijo: “Ustedes no son mi pueblo”, serán llamados “hijos del Dios viviente”».
Pero Sara representa al nuevo pacto y a la Jerusalén del cielo, pues ella es libre. Representa a todos los que Cristo ha liberado de la Ley, y en ese sentido es nuestra madre.
Por lo tanto, ustedes los no judíos ya no son extraños para Dios. No son extranjeros, sino que son parte de su pueblo. Son miembros de la familia de Dios, con los mismos derechos que los demás.
En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que el Señor Jesucristo, nuestro Salvador, vuelva.
Ellos mismos hablan de lo bien que ustedes nos recibieron y de cómo dejaron de adorar a los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero.
El Señor me cuidará y salvará de todo mal hasta el día en que yo esté en su reino celestial. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Abraham tenía la confianza de ver algún día la ciudad de firmes cimientos, de la cual Dios es arquitecto y constructor.
Más bien, deseaban una patria mejor, es decir, la del cielo. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad.
Pues aquí no tenemos una ciudad que dure para siempre, por eso buscamos la ciudad que está por llegar.
Hermanos en la fe, cuídense de tener una mente que solo piensa en el pecado, que no cree y que los hace apartarse del Dios vivo.
Si esto es así, ¡cuánto más poder tiene la sangre de Cristo! Porque, por medio del Espíritu eterno, Cristo se ofreció sin pecado a Dios. Su sangre limpiará nuestra conciencia, y no se nos declarará culpables de pecados que conducen a la muerte eterna, para que sirvamos al Dios viviente.
También Enoc, nuestro séptimo antepasado a partir de Adán, profetizó acerca de ellos: «Miren, el Señor viene con una gran cantidad de sus ángeles
Luego miré, y vi que el Cordero estaba de pie sobre el monte Sion. Lo acompañaban ciento cuarenta y cuatro mil personas. Estas personas llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y de su Padre.
Entonces el Espíritu me llevó a una montaña grande y elevada. Allí me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, donde está Dios.
Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, donde está Dios. La ciudad parecía una novia hermosamente preparada y vestida para su prometido.
Y que nadie le quite nada al mensaje de este libro de profecía. Al que lo haga, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, que se mencionan en este libro.
Al vencedor le daré un lugar importante en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí. Sobre él escribiré el nombre de mi Dios. También escribiré el nombre de la nueva Jerusalén, ciudad de mi Dios. Esta ciudad baja del cielo de parte de mi Dios. Además, escribiré sobre él mi nombre nuevo.
A los cuatro ángeles se les había permitido hacer daño a la tierra y al mar. Entonces vi también a otro ángel que venía del oeste con el sello del Dios vivo, y este les gritó con voz fuerte a los cuatro ángeles: