Según Carlos F. Cardoza-Orlandi: «El constructo religioso-político de la cristiandad ha formado e informado la empresa misionera hasta nuestro día. Algunas de las implicaciones teológicas y prácticas de la relación entre la cristiandad y la misión son: la misión es la actividad de la iglesia.
(2) La misión de la iglesia es la actividad cuyo propósito es expandir la fe cristiana fuera de los límites de la cristiandad. (3) La misión es una actividad uni-direccional, desde la ‘Cristiandad’ o ‘el centro’ hacia ‘afuera de la Cristiandad’ o el territorio ‘no cristiano.’ (4) La actividad misionera consiste en la proclamación del evangelio, la conversión de los no cristianos, y la implementación del orden político, cultural y religioso de la Cristiandad.
(5) El territorio no cristiano es el lugar de la acción misionera. Los ‘ministerios’ existen dentro de la Cristiandad; las ‘misiones’ existen fuera de la Cristiandad» (Mission: An Essential Guide, 32). El paradigma de cristiandad se ha caracterizado por una orientación hacia adentro en lugar de hacia fuera en su comprensión de la misión cristiana. La iglesia se ha replegado sobre sí misma, y ha estado más preocupada con cuestiones internas que en aventurarse a ir hasta el fin del mundo con el evangelio. Lejos de estar enfocadas en el cumplimiento de la misión de proclamar el reino de Dios, las iglesias del paradigma de la cristiandad se preocuparon más por objetivos que no eran apostólicos, tales como: fortalecer sus estructuras de poder; definir sus dogmas y prácticas; marcar su identidad denominacional en contraste con los demás cristianos; desarrollar un programa de actividades orientado hacia adentro de la comunidad religiosa y no hacia fuera; perseguir y hostigar a quienes tenían una experiencia y comprensión diferente de la fe, enredarse en los procesos de institucionalización; dedicar todas sus energías y recursos al mantenimiento de lo conquistado en todos estos aspectos. (Ver cristiandad).