El ambón, mucho más que un simple "púlpito o atril", representa el lugar privilegiado desde donde la Palabra de Dios resuena en la asamblea litúrgica. Su significado trasciende lo meramente funcional para convertirse en un símbolo cargado de historia y espiritualidad.
La palabra "ambón" proviene del griego άμβων (ámbōn), que significa "elevación" o "plataforma". Su origen se remonta a las prácticas oratorias de la antigüedad clásica, donde se utilizaban plataformas elevadas para que la voz del orador alcanzara a una mayor audiencia. Este uso secular fue adoptado por las primeras comunidades cristianas, que vieron en él una forma efectiva de proclamar las Escrituras y las homilías.
Tras el Concilio Vaticano II, se recuperó la importancia del ambón como lugar propio de la proclamación de la Palabra. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium (n. 52), insta a que se utilice un ambón estable y digno para la lectura de las Escrituras, diferenciándolo claramente del lugar de la presidencia, donde se celebra la Eucaristía.
Esta renovación litúrgica buscaba destacar la centralidad de la Palabra de Dios en la celebración y subrayar que la proclamación de las Escrituras no es una simple lectura, sino un acto litúrgico que actualiza la Palabra de Dios en el presente.
El ambón no es solo un mueble litúrgico, sino un símbolo rico en significado:
El que los escucha a ustedes, me escucha a mí(Lc 10,16).
En definitiva, el ambón, a lo largo de la historia de la Iglesia, ha sido y sigue siendo un elemento fundamental para la proclamación de la Palabra de Dios, un lugar privilegiado desde donde la voz de Dios resuena en el corazón de los creyentes.